Desasosegante, excitante, enormemente inquietante... así es Perfect Blue. Un tour de force inaudito dentro en un film de animación. Alcanza ese éxtasis que sólo provocan las historias más palpitantes y mejor contadas. Y después de tanto enardecimiento llega su resolución y parece que todo lo visto anteriormente fue una broma y el director y escritor sólo han querido reírse de los espectadores. Así me sentí yo cuando terminé de verla, con cara de tonta.

No puedes llevar un film al más profundo desconcierto, prodigio, estupor... y luego tirar todo a la basura y ser tan obvio, tramposo y cutre.

El final no tiene ni pies ni cabeza, no tiene ninguna coherencia y tira por tierra todo su grandioso entramado. Aún sigo sin dar crédito de la resolución tan pueril y embustera que se gasta.

Yo soy de las que creo que Darren Aronofsky pudo haberse inspirado un poco en esta película para su Cisne Negro, porque ciertas similitudes que observé en ella así me lo sugirieron, pero Darren cogió sencillamente una idea para transformarla en otra cosa, en algo muchísimo más elevado, una obra de arte idiosincrática, extrema, compleja y magnífica, y desde luego nada tramposa.

El final de Perfect Blue trivializa lo psicológicamente electrizante de su planteamiento. Con esto pero valorando sus cualidades innegables la puntúo con un 6.