No hay que siquiera intentar comprender esta película, tan solo hay que hacer caso a las imágenes, para lo cual hay que estar entrenado. Lo hacemos cada noche, cuando soñamos, por lo que cualquier persona puede conectar con este laberinto de sensaciones. Cierto es que su segunda parte es más racional dentro de la irracionalidad onírica, sobre todo porque sabemos que (aquí sí, seguro) es un sueño -o comienza como un sueño-. Está hecha de la misma pasta que los sueños, tiene sus mismos defectos y sus mismas grandezas. Es una película bonita en su sentido visual, tan profundo este, que llega a convertirse en fondo. Mi nota, un 6, se da porque no me emociona. Si me hubiese removido por dentro sería desde ya una obra maestra para mí. También es irregular y a la vez interesante, que no es poco.