Durante el visionado dudé varias veces de si lo que veía tenía el suficiente talento para convencerme de la historia. La respuesta me la dio Eva Llorach, protagonista absoluta de una película en la que, paradójicamente, la decepción es Najwa Nimri, cuyo personaje no desprende el carisma necesario para llenar a esa gran diva amnésica, tampoco ayuda su manera de hablar susurrante. Pero Llorach y Natalia de Molina desprenden una fuerza arrolladora. La película cobra sentido, encaja todas sus piezas conforme avanza y, me guste o no reconocerlo, es una buena película. Su final repara el resto de la filmación, circunstancia que se suele dar más al revés, de hecho, prefiero disfrutar del proceso y decepcionarme con el final. Deseo verla otra vez. Y no hay mayor sentimiento que ese hacia una película.