Esta es de las películas en las que no dejas de mirar el reloj, no dejas de mirarlo porque no quieres que se termine nunca. Conforme van pasando los minutos te vas adentrando en un mundo en el que es muy difícil querer salir, te ves sólo ante el mundo, te ves retratado en esos personajes tan excelentemente interpretados por el grandioso Bill y por la gran Scarlett.

Una humanidad deslumbrante la que exteriorizan a través de la pantalla estos actores y es que, a decir verdad, con una mirada o un sólo gesto ya intuyes lo que va a suceder. Hombre y mujer con un espíritu vacío por las circunstancias y que te va desgarrando porque sientes que están predestinados a ese primer encuentro en el ascensor. Un primer encuentro que era preciso y que es el detonante para que tanto uno como otro expongan la historia de su vida.

Lost in Translation no es la historia de mi vida pero sí que puedo decir que me he sentido identificado con mucha de las situaciones que se exponen en ella:

Esa mirada al mundo a través de la ventana que te hace pensar quién eres y qué es lo que realmente necesitas en tu vida para ser feliz. Esas aventuras y desventuras con la persona que te hace ver la vida de distinta forma y que le da un sentido a la misma escapando de la agria rutina del día a día. Y por último, esa despedida susurrando al oído lo bonito que ha sido la experiencia pasada mientras la urbe continúa con su trasiego ajeno a cuanto le rodea.