Maravillosa. Y eso que vi media película entre lágrimas porque me tocó el corazón y me trajo de lleno a los problemas que estaba viviendo más allá de aquella pantalla.

Los conflictos familiares, la incomunicación entre las personas que se quieren, la dificultad de conectar con alguien de quién eres responsable y te rebela contra ti… La historia de Sang Woo y su abuela no era la historia que necesitaba en ese momento. La primera mitad me la pasé llena de rabia, con ganas de apalizar a ese niño maleducado, hostil, estúpido y egoísta que maltrataba a esa abuela que acababa de conocer y que se merecía respeto y cariño. Pasaban los minutos y quería que el niño sufriera, que se sintiera culpable, que viera que su abuela era la victima de sus travesuras y que también estaba sufriendo por su culpa. Y quería que ese puñetero niño lo pagara caro, que se sintiera fatal, que fuera castigado…

Tanto miraba a mi niño, digo a ese niño, que me olvidé de la abuela. No era difícil, porque ni siquiera hablaba. Era pequeñita y estaba muy mayor, doblada por los años y el trabajo duro. No sabías de donde sacaba la energía para trajinar por la casa y triscar por el monte para acarrear el agua y estar en todas partes donde hacía falta. Y no podías comprender de donde sacaba la paciencia, la ternura y el amor por ese niño salvaje y egoísta. Aguantaba una, dos, tres, mil caprichos y provocaciones porque estaba esperando que él mismo aprendiera sus propias lecciones. Era tan natural como sembrar y recoger. Cuesta trabajo, es duro, se necesita tiempo, confianza y amor pero, tal y como ella lo hacía, con sus manos mágicas y su corazón abierto, cosechaba las mejores lechugas y el niño más tierno del mundo… Parecía un milagro, a lo mejor lo era, pero en la segunda mitad de la película me parecía tan natural como la lluvia, el viento o la nieve.

No había muchas explicaciones, el niño no sabía darlas y ella no podía, pero un día comenzó a llover y Sang Woo no pudo evitar recoger la ropa seca que su abuela había tendido antes, con mucho esfuerzo. Primero cogió la suya para que no se mojara, pero, sin poder evitarlo, también recogió la de ella, y cuando salió el sol las tendió, primero unas al lado de las otras, y después las mezcló porque eran de su abuela y la quería muy cerca…

Lloré claro, como Sang Woo, pero no solo de tristeza. A veces lo necesitas para limpiarte de todo, como la lluvia que barre una calle y se lleva lo que no sirve y hace daño. La película se acabó y me sentía mucho mejor. Leí la carátula y la directora, Lee Jeong-hyang decía que, con ella, había querido hacer un homenaje a todas las abuelas del mundo… Lo consiguió. Y mucho más allá: como el niño que quería mezclar su ropa con la de ella, yo diría que en mi caso deseé haber tenido una abuela así y, sobre todo, ser yo misma esa persona increíble. No digo más. Como la abuela.