Lady Bird es el sobrenombre con el que gusta llamarse a la joven Christine, rebelde alumna de un colegio católico de Sacramento (California), en último año de bachiller, de clase media, que sueña con cambiar de vida y lucha por ser la aceptada en cualquier universidad “liberal” de Nueva York.

Excelente película más cerca del relato costumbrista que del drama, sobre la adolescencia y la familia, donde se abordan con trazo muy fino y acertado las relaciones paternifiliales, la amistad, el narcisismo juvenil, las primeras relaciones sexuales, el paro en los mayores de 50 años, el papel de los colegios católicos en la sociedad, el envejecimiento de la clase religiosa y la paulatina “laicalizacion” de sus instituciones educativas, la normalización de la depresión como epidemia, etc.

La película parece autobiográfica de Greta Gerwig, su escritora y directora que, como la protagonista, es Sacramento y nacida en los 80, hija de informático y enfermera, educada en un colegio católico y estudiante de Bellas Artes en una universidad privada de Nueva York.

No hay puntada sin hilo en el guión y en las imágenes con la indudable intención de hacer una película muy coral, repleta de precisos retratos humanos y de situaciones contemporáneas que a todos los espectadores resultarán familiares o incluso nos sentiremos identificados, especialmente si somos padres nacidos en los 50 ó 60.

La trama se desarrolla en el curso 2002-2003, en la películas aparece todavía imborrable el atentado de las Torres Gemelas (2001) y desde Iraq las televisiones retransmiten por primera vez una guerra en directo (2003). Estamos ante la última generación de jóvenes cuyo móvil no es un ordenador, que no ha sufrido los efectos de la vida digital pero que la inventa con la creación e inmediata implosión de las primeras redes sociales en la universidad (Facebook, 2004), redes que proporcionan entretenimiento y la posibilidad de reinventarse frente a los demás como forma de combatir la frustración que en la sociedad de la abundancia produce la enorme brecha entre las expectativas y la realidad.

Hay una finísima mirada crítica hacia la modernidad, sin incurrir en dramatismos, ni nostalgias, ni moralismos: el sufrimiento de los adolescentes en la sociedad de la abundancia, su insultante arrogancia narcisista, las siempre insatisfactorias relaciones sexuales tempranas, la incapacidad de los padres para afrontar los nuevos retos educativos, las consecuencias del divorcio, el inútil uso de alcohol y otras drogas para sortear el sufrimiento, el culto a la juventud en las empresas, etc.

Y hay otra mirada amable hacia la familia como comunidad de amor, la importancia de toda índole que tiene la solidez matrimonial, la existencia de valores inmutables y la amistad desinteresada; también hacia la vocación religiosa, los colegios católicos y la religión en general, a la cual incluso se dedican los fotogramas finales.

Es de resaltar que los padres de la realizadora Greta Gerwig pertenecen a la Iglesia Unitarista Universal, una iglesia protestante antitrinitaria, homosexualista y abortista, en las antípodas del catolicismo. Quizás por ello que en la película la madre justifique en dos ocasiones la elección de un colegio católico para sus hijos.

Sobran un par de innecesarias escenas de sexo y comentarios procaces, que echan por la borda la oportunidad de convertir Lady Bird en una película de referencia para organizar videofórums en familias, colegios, parroquias, etc, salvo pasando por la tijera.

Lady Bird aburrirá a ese público cada vez más numeroso, también hijo de su tiempo, hiperestimulado, que concibe el cine como distracción, que piensa que en las películas tiene que ocurrir algo, y que no entienden un ejercicio de perspectiva antopológica y sociológica como el que hallamos en la película, quizás por considerar aburrido el retrato de algo en lo que se está inmerso.