Cuando me enteré de que iba a haber una tercera parte de Toy Story, me embargó la emoción al instante ante la perspectiva de volver a ver a Woody y Buzz. No es para menos, crecí con ellos. Pero por otra parte, ya desde el pensamiento de una cinéfila con más criterio que la niña que fui, me estremecí de horror al pensar en que podrían estropearla. Tampoco esto nos viene de primeras, los ejemplos que podemos encontrar de secuelas catastróficas es infinita.

Hace pocos días, hablando con una amiga de Toy Story 3, antes de verla, le rogué que no me contara absolutamente nada de la película. Se le escapó solo una cosa: "Andy es mayor, va a ir a la universidad". Sonreí y dije: "Han hecho una película para nosotros".

No se engañen, padres, Toy Story 3 NO es una película para los niños nacidos en la primera década del milenio. La tercera parte de esta saga está hecha para los que fuimos niños en los noventa, los que soñamos con Woody y Buzz y los que cantamos "Hay un amigo en mí". Los que, como Andy, nos hemos hecho mayores y nos hemos ido a la universidad, o de casa, o simplemente hemos pasado a otra etapa, la edad adulta.

Y ahora, presentamos la película.

Fui a verla ayer y no pude evitar que me saltaran las lágrimas a los cinco minutos. Andy ha crecido, se marcha, y los juguetes llevan años echándolo de menos muchísimo. Añoré los personajes ausentes. Lo del señor ABC pase, pero ¿qué fue de Bo? Jum. Volví a enfadarme, igual que cuando era niña, durante gran parte de la película, viendo a los juguetes sufrir, viendo a los malos a punto de vencer... Y sigo en spoiler.