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España España · Madrid
Voto de Perplejo:
7
Serie de TV. Fantástico. Intriga Miniserie compuesta por ocho episodios de 9 minutos cada uno. Tres personas vestidas con gigantescos trajes de conejo, en una habitación cutremente decorada, mantienen de cuando en cuando diálogos crípticos. La banda sonora, de Angelo Badalamenti, es minimalista, agobiante y está acompañada de risas enlatadas. Varias escenas de Rabbits fueron usadas posteriormente en "Inland Empire" (2006). (FILMAFFINITY)
17 de septiembre de 2017
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si entendemos que una buena película debe ser "entretenida", con una estructura narrativa sólida, sin duda, esto nos va a parecer un experimento fallido. Si entendemos que una película de terror debe darnos "sustos" o imprimirnos imágenes macabras en nuestras pesadillas... tampoco la veremos como una buena película de terror.

Para quien no lo haya visto. La película/miniserie tiene formato teatral. Tiro de cámara fijo. Plano secuencia de una habitación. El encuadre nos muestra todo el "cubo" donde se desarrolla la acción a pesar de que en la mitad superior del plano no hay más que las paredes donde la sombra de las cabezas de conejo se proyectan. Así pues, los personajes, conejos antropomorfos, se mueven en la mitad inferior, lo cual los empequeñece, los aplasta. Nos da la sensación de observar desde una platea o de ser diosecillos divirtiéndose con las vicisitudes de criaturas inferiores y ajenas a nosotros.

Esta casa de muñecas está tétricamente iluminada y provista de lo mínimo, como un escenario tradicional. Colores extraños y opacos. La estética nos recuerda a las sitcoms antiguas, ¿años sesenta?, cuando las claves televisivas eran más burdas e ingenuas. A veces irrumpen efectos visuales, pocos, pero significativos. De fondo flota la banda sonora de Badalamenti, ya sabéis, minimalista, disonante y con un punto de ritual oscuro. Se agregan efectos sonoros como risas y aplausos enlatados que no funcionan como deberían. Lo que mejor funciona en el apartado sonoro son los silencios, las pausas.

He leído frecuentemente que Lynch pretende romper los códigos convencionales del cine e incluso hacer una crítica a las sitcom de la televisión. No lo creo, personalmente. David no pretende rebelarse contra esos códigos, al contrario, creo que conoce profundamente los resortes del montaje, los ritmos, los silencios, las luces, el color (es pintor), las miradas inducidas, las claves sonoras... tiene fe en su eficacia y las emplea para recrear un universo que no tiene nada de arbitrario, sino al contrario, es una constante obsesión en el cine de este autor. Lo que hace es tomar la expectativa que produce en el espectador esos elementos y usar nuestra educada visión para provocar desasosiego.

Los perturbador proviene de la ambiguedad. Lo insinuado pero no dicho. Los diálogos nos acotan ligeramente la relación entre los personajes pero no nos la aclara del todo. A veces hay expresiones -hasta monólogos que parecen plegarias- que dejan traslucir emociones pero la entonación, aún ahí, es neutra y en las máscaras de conejo ni siquiera apreciamos los ojos. Nos están hablando de laceración, de algo que debiera ser angustioso: ¿pero sufren? No lo sabemos a ciencia cierta. Las frases, que parecen un dialogo desordenado e inconexo, dan suficiente información para intuir un terrible secreto, pero no podemos adivinar la trama. Cada mirada, movimiento o pregunta va seguida de parones, reacciones inconexas y silencios, como si el tiempo y el espacio funcionaran de manera distorsionada. Nos evoca fantasías de experimentos, purgatorios, lugares del inconsciente, alucinaciones... Algunas escenas y frases hasta nos dan pistas de qué tipo de "mal" flota en el ambiente pero siempre queda como la mancha de un test de Rochard muy sugerente pero a la espera de que nosotros proyectemos la información completa. Parecen personajes que más que aterrados, están sufriendo resignadamente las consecuencias de algo. Parecen estar siendo castigados, de una forma existencialista o espiritual. Parece que sufren fuerzas que exceden su naturaleza, la naturaleza de los hombres conejo. Quizás se sepan observados por algo superior... ¿podemos ser los humanos espectadores? ¿Seremos nosotros los que inflingimos tal tortura?, ¿o sólo son el espejo de nosotros? La visión de esta película, en todo caso, es la pista de despegue de largas horas de especulación filosófica o espiritual. Lo cual, me parece, es un logro maravilloso.

A mí me parece que Lynch no hace surrealismo aleatorio. Al contrario, no da puntada sin hilo. Los resortes empleados están usados de forma astuta y precisa. Consigue provocarnos expectativas frustradas, temor a "algo", angustia existencial... Todo va al ritmo que debe. Con las dosis justas. Los colores, la iluminación, la entonación de los actores, los silencios, los "sucesos" dosificados, los símbolos y claves esparcidos... No hay que ser un espectador especialmente sensible o predispuesto: la perturbación profunda está asegurada. Cuando digo "profunda" no quiero decir intensa sino proveniente de nuestro núcleo espiritual (con perdón). Por eso más que miedo o terror, creo que habría que hablar de angustia. No es de extrañar lo que dice Lynch acerca de cómo la meditación trascendental mejora su obra.

Ambas influencias, la de las artes plásticas y la de la meditación, están bien claras y confluyen de modo maravilloso.

Me cuestiono si era necesario alargar la experiencia durante cincuenta minutos por el mero hecho de aumentar la sensación de agobio o claustrofobia. Si veo un primer plano de una señora pelando patatas durante dos horas seguro que me provoca angustia pero no por ello consideraré que alargar el formato es un recurso genial. En esta producción he tenido la sensación de que los mismos recursos empezaban a repetirse sin aportar nada más que tedio o impaciencia. La intensidad de la experiencia iba menguando conforme me aclimataba a la sensación de angustia (quizás porque está diseñado como episodios de nueve minutos). Esto es la mayor pega que le pueda poner. Si adelantamos el vídeo y lo vemos a saltos, la integridad de la obra no se resiente. La homogeneidad de la cinta parece traicionar la temporalidad de una obra audiovisual y se convierte en una "textura", una especie de GIF en bucle.

"Rabbits" hay que verla es un momento especial pues no es una experiencia satisfactoria en términos convencionales. Pero sí que es una experiencia significativa y rica.
Perplejo
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