En su día, fui al cine a verla con toda la ilusión del mundo, ya que adoraba todo lo que tuviera que ver con la Edad Media. Y pese a ver un batiburrillo de canciones actuales, deslices históricos por un tubo y demás gazapos/guiños al espectador, consiguió lo que hoy en día es casi imposible: que una película tan variopinta y con argumento tan simple (y previsible, por qué no decirlo) consiguiera gustarme de principio a fin.
William, el hijo del techador, que ansía ser caballero pese a no ser noble. Encarna todas las virtudes que debe tener el buen caballero (siempre según el punto de vista de los norteamericanos que, casualmente, no tuvieron Edad Media): valor, nobleza de corazón, equidad, justicia... Hasta se le procura una mujercita de la cual se enamora al más puro estilo caballeresco (aunque a mí la tal Jocelyn no me gustaba nada).
El conde Adhemar, su eterno rival, es su polo opuesto en todo: es noble de sangre, pero es cobarde, ruin, rastrero, tramposo, corrupto y desleal. Se trata de hacerle ver al espectador que el buen caballero no tiene por qué ser noble de sangre, sino que su corazón debe estar dispuesto en todo momento para asistir al indefenso y proteger otros bellos ideales (lo que nadie se atreve a pensar es que los caballeros auténticos eran asesinos profesionales, máquinas entrenadas para matar en su nombre o en beneficio de un valedor. El caballero que iba a justas y recibía prendas de las damas es sólo una idea romántica para inspirar las fantasías del público).
Además de todo esto, siempre nos quedará Heath Ledger como actor estrella. Me encantaba este actor y sentí mucho su prematura muerte. Una lástima, de verdad.