Un reflejo es simplemente eso, un reflejo. Al otro lado no hay nada pero aparentemente es igual al objeto que se encuentra falsamente equidistante. Es la misma figura e imagen representada aunque realmente allí no hay nada. “En la ciudad de Sylvia” es la crónica de la evocación de un reflejo que nunca llega a materializarse. Mera simbiosis de lo que siempre ha sido el arte cinematográfico.

Se habla de inocencia cinematográfica, de regresar a los orígenes, aunque es algo que ya sabíamos: el cine contemporáneo se basa en observar más que filmar, o realmente filmar lo que el ojo observa, recrease en esa imagen perdida del cine de los orígenes; la fantasía de observar esas imágenes proyectadas que sabemos que realmente no están allí, que son simplemente un reflejo.

La película de José Luis Guerín funciona como el cuaderno de notas y dibujos de su protagonista: un boceto repleto de detalles y un juego de miradas donde aparece ese milagro cinematográfico que habíamos visto en películas como “Lonesome” o “Sunrise”. Esa evocación del reflejo y el tiempo son méritos de una propuesta que no es insólita pero que despierta el trabajo autoral que atesora con creces.