Dan gusto películas como ésta. Se representa un amable microcosmos, al modo de esos antiguos relojes con sus minúsculos engranajes en manos de un cuidadoso relojero, creado por dioses benévolos. El amor es el principio regulativo de la trama: Las vicisitudes de la historia -el enredo, la confusión, el equívoco, el desencuentro- que afectan a los persoanjes son solo un impedimento transitorio que prorroga el necesario final feliz. Los personajes muestran su lado luminoso cuando tienen la oportunidad de hacerlo, y la maldad es solo una transfiguración de la debilidad innata del ser humano. Este optimismo nos reconcilia temporalmente con nosotros mismos. Es un espejismo autoinducido que constituye un consuelo y que nos da un respiro momentáneo, ya que íntimamente sabemos que el mal consciente es una modalidad de nuestra libertad estructural. Es una película que nos hace amar el mundo y este objetivo cumplido tiene muchísimo valor.