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España España · Oviedo
Voto de Gould:
6
Drama Año 1958, durante la Guerra de Independencia de Argelia contra Francia. Bruno Forestier, un desertor del ejército francés refugiado en Ginebra, acuerda trabajar para una organización antiterrorista en contra del país africano. (FILMAFFINITY)
27 de julio de 2017
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Hasta ahora mi vida ha sido simple. Un tipo sin ideales”

En Ginebra, Bruno Forrestier, periodista, fotógrafo y desertor forma parte de un comando de la OAS -Organisation de l'Armée Secrète- en la guerra secreta contra el independentismo argelino hacia 1958. Con esta película Goddard inaugura su interés por la política cuya voz no tiene mucho de original y sí bastante de reiterativa e impostada, como impostadas y un poco pedantes son buena parte de las citas literarias y referencias culturales. No termina de cuajar el tema político, infantilmente tratado, en el que Goddard, al menos en aquellos años, se encontraba bastante perdido aunque resulte muy interesante su posición contra el uso de toda violencia. De hecho, las escenas de las terribles sesiones de tortura de la célula comunista proargelina, entre lecturas de Lenin y Mao, siguen produciendo un escalofrío por su desnudez y distanciamiento –a causa de ellas la película tardaría en estrenarse tres años en Francia-. Más interesante resulta el análisis del vacío de los discursos políticos ya a la altura de los años 50, en una postura que hoy nos resulta mucho más atractiva que su posterior etapa de compromiso “mayodelsesentayochista”, callejón sin salida inconmensurablemente aburrido y sobrevaloradamente destacado de su filmografía.

“¿Para qué hacer hoy la revolución? La derecha gana y entonces aplica políticas de izquierda. Y viceversa. Yo, gane o pierda, lucho solo”

La película, pese a estar narrada a través de la analítica y reflexiva voz en off del protagonista, una suerte de terrorista dubitativo y parlanchín, es deslavazada y confusa. Goddard, influido como su gran amigo Jean-Pierre Melville por el cine negro americano de los años 50 -noche, calles, coches y luces de neón-, no consigue resolver satisfactoriamente los hilos narrativos de una película menor en comparación con sus producciones de esos mismos años y pese a que cuenta con sus habituales y brillantes recursos estilísticos -cámara en mano, tono documental, narración autorreflexiva, desenfoques, montaje sincopado seco y áspero, apelaciones al espectador- le falta la chispa de sus anteriores películas y esa anárquica brillantez narrativa tan admirable, tan fresca de su cine, lastrado ahora por un exceso de parla algo enfática.

“La fotografía es la verdad. Y el cine es la verdad 24 veces por segundo”
Gould
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