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Voto de Archilupo:
5
Comedia. Drama Rusia, 1885. Jane Callaghan (J. Ormond), una joven aventurera americana, llega a Rusia para ayudar a Douglas, un excéntrico ingeniero que necesita el apoyo del Gran Duque para poner en práctica su más querido y ambicioso invento: una máquina diseñada para talar los bosques de Siberia. Durante el viaje, Jane conoce a dos hombres que cambiarán su vida: Andrei Tolstoi (O. Menshikov), un joven cadete que se enamora locamente de ella y que ... [+]
27 de febrero de 2010
30 de 38 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mikhalkov, que en el reparto se reserva un papel a la altura de sus aspiraciones, manejó en este rodaje multinacional enorme presupuesto. Apoyado en un cosmopolita elenco y en el cinemascope, y movido por evidente afán de llegar al gran público, busca el mayor poderío visual.

Lo bufo está presente, a conciencia. El protagonista, el cadete Tolstoi (no el escritor, mera coincidencia que se aclara una y otra vez), en la función de la Academia de Oficiales canta en “Las Bodas de Fígaro”, ópera bufa de Mozart. La obra es continuación de “El Barbero de Sevilla”, de Rossini, y de ahí el juego del título.
Un personaje de un tiempo posterior, recluta de una academia militar norteamericana que lleva todo el tiempo máscara antigás, discute con su sargento a causa de Mozart.
El tono es un poco bufo a ratos, un poco melodramático otros, un poco nacionalista otros, o un poco paisajista, y no termina de centrarse con decisión en ninguno.

Una periodista norteamericana vive en la Rusia zarista un romance con el cadete y lo evoca veinte años después, dando lugar a un desdoblamiento de la acción entre el Moscú del pasado (recreado ambiciosamente, repleto de miles de figurantes en los alrededores del Kremlin) y, en un tiempo posterior, un campamento yanqui donde sólo falta el oso Yogi.

Predomina la parte rusa, pero se compone de elementos heterogéneos, poco unificados. Las escenas se añaden unas a otras sin conexión fuerte, débilmente engranadas, y de ahí se derivan algunos pesados alargamientos.
La forma tiene momentos lujosos pero la narración flojea. No se consigue profundizar seriamente en el relato. La aparición del zar, por ejemplo, carece de verdadera grandeza, pese a su envarada solemnidad. En la historia amorosa hay tópicos usuales, recursos manidos que saben a concesión comercial. Eso de sorprender casualmente una conversación traidora por la rendija de la puerta… En los procedimientos hay poca imaginación y poca inventiva. Esa voz en off de la persona repetitivamente presentada escribiendo de espaldas…
Falta el vigor narrativo y se apuesta por emociones “sublimes”, por momentos de vocación poética, una especie de patriotismo melancólico.

Como ocurre a menudo con las superproducciones internacionales, los actores hablan idiomas dispares y confluyen en el inglés (idioma del rodaje), pero no aflora la química básica.
El excelente Menschikov es bueno también en el registro bufo.
Petrenko tiene ese físico expresivo que habla solo.
El polaco Daniel Olbrychski, actor insignia de Wajda, se eclipsa enseguida.
Richard Harris da un toque pueril, ‘a lo chalados cacharros’.
Julie Ormond, muy bien fotografiada y aprovechada, sale bella en varios planos.

Quien busque entretenimiento es posible que aguante buena parte de las tres horas, pero quien espere un nivel de compromiso artístico como el del impresionante drama “Quemado por el sol”, o la gracia chejoviana de “Ojos Negros”, encontrará decepción.

Mikhlakov no es David Lean.
Archilupo
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