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Voto de Archilupo:
8
Drama. Romance Un hombre vuelve a Estrasburgo para buscar a una mujer de la que se enamoró seis años atrás y recuperar aquel mágico momento. Es verano. El joven extranjero callejea observando y dibujando gestos y expresiones captadas azarosamente en la calle sin dejar de buscar a esa mujer, cuyo recuerdo gravita sobre la ciudad. Esa búsqueda le conduce a otra mujer y ésta a otra... siempre bajo la invocación de la ausente. (FILMAFFINITY)
5 de octubre de 2008
19 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
El joven que acaba de llegar a la ciudad se prepara para un encuentro trascendental con Sylvia. Su bitácora: un mapa, un cuaderno de apuntes, el croquis de un plano esbozado en un posavasos.
Sylvia es el nombre del amor de su vida. Él aspira a que en verdad lo sea.
La conoció fugazmente, pocos años atrás, y se ha preparado para un reencuentro definitivo.
Pero ese reencuentro ha de ser propiciado, y la primera jornada ya se dedica a un aplicado escrutinio. En la terraza del café estudiantil sondea con tacto y delicadeza la apariencia de las mujeres. Dibuja perfiles, se asoma a miradas.
Es el verano de aire transparente y luminoso, de los atuendos livianos.
Todas las mujeres pueden conducir a Sylvia, pero el intento primero, la palabra hacia la mesa vecina, no obtiene respuesta.

Bajo el aspecto de Estrasburgo, es la ciudad prefigurada por un soñador en sus visiones: repleta de jóvenes mujeres deliciosas, todas atractivas y prometedoras. Los escasos hombres son cojos ostensibles, o viejos panzudos en gris camiseta de tirantes, o vendedores ambulantes negros que de vez en cuando cruzan la escena, como una cortinilla narrativa, similar a la que corren y descorren las bicis en sus trayectos diagonales.
En las paredes de la impoluta ciudad soñada, un reiterado graffiti: “Laure, je t’aime”.

En la segunda jornada, la terraza está llena. El hombre incrementa el ritmo de los dibujos. La observación intensiva es creadora, predispone al encuentro deseado, aviva un sentir de inminencia.
Retazos de conversaciones, miradas que se topan, se indagan un instante; perfiles que se tapan unos a otros, que se duplican en los reflejos…
En el cuaderno, cuyas hojas pasa la brisa, esbozos, escritos, notas diversas; sobre ello, el temblor de las sombras de las ramas.
Velado tras un cristal, un rostro que mira, que sostiene la mirada. ¿Es ella?

Anhelante, él emprende el seguimiento, una lenta aproximación palpitante. ¿Sylvia? Los sonoros pasos, como latidos acelerados; la acumulación de esos pasos, la dilatada ebullición del enigma. ¿Ha oído la llamada?
Al fin la conversación, la única de la película, en un tranvía de cristal. Apoyados en la ventana, él y ella hablan mientras la Estrasburgo soleada se desliza detrás y se transfigura en Marienbad donde, al borde del estupor, el hombre apelaba a la memoria olvidadiza o interesada de la mujer, instándola a convertir en eternidad presente el conjetural recuerdo de un romance compartido.
Archilupo
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