A James Bond le encargan vigilar a un magnate del oro, el señor Goldfinger, un despiadado multimillonario.

Artefacto sofisticado, perfecta combinación de suspense, comedia y acción que sirvió de modelo para entregas posteriores, sentando las bases del producto. A una introducción electrizante, unos créditos estilizados, una canción pegadiza, les siguen casi dos horas de depurada diversión, llenas de planes maquiavélicos, amoríos esporádicos, persecuciones increíbles, frases ingeniosas, gozosos giros. Q entrega al agente secreto las llaves del famoso Aston Martin, equipado con infinidad de dispositivos, incluido el asiento eyectable. Entre 007 y Goldfinger se crea una insana rivalidad, sus brillantes mentes competirán por salirse con la suya. Connery compone al Bond más frío, desalmado y cínico de los que desfilaron por pantalla. No hay momento de respiro. Una película irreprochable; oro puro.

- ¿Espera que hable?
- No, señor Bond, ¡espero que muera!