Los dinosaurios están condenados al ostracismo en una islica en medio de la nada donde van a ser utilizados como atracción de circo. Todos los lagartos gordos son hembras y no pueden reproducirse nada más que de forma artificial. Ante todo este percal, se acercan a la isla el dueño del cotarro, una familia feliz y científicos para ver que se cuece.

Todo se despendola: los dinosaurios se escapan y consideran que deben cambiar el menú y empezar a degustar humano crudo. Y los malditos humanos intentan no ser el almuerzo de los saurios reconstruidos genéticamente. La tensión está servida.

Bueno, tensión no, porque al fin y al cabo es un producto juvenil noventero y por aquel entonces lo más tenso que podía pasar en una película es que te estornudara en la cara un diplodocus. Y eso puede ser muy asqueroso, pero desde luego mortal no es. Eso si, los efectos y los bichos, muy logrados y el entretenimiento, asegurado. Al fin y al cabo, Spielberg y sus amigos son profesionales de eso y normalmente se les da bien aunque les cueste tanto hacer algo que vaya más allá de esto.