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México México · Ciudad de México
Voto de Iván Rincón Espríu:
8
Thriller. Acción. Drama En la zona fronteriza que se extiende entre Estados Unidos y México, la joven Kate Macer, una idealista agente del FBI, es reclutada por una fuerza de élite del Gobierno para luchar contra el narcotráfico. Bajo el mando de Matt Graver, un frío miembro de las fuerzas gubernamentales, y de Alejandro, un enigmático asesor, el equipo emprende una misión que lleva a la mujer a cuestionarse sus convicciones sobre la guerra contra los narcos y ... [+]
21 de enero de 2024
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En Sicario (Estados Unidos, 2015), cuyo título en español es ‘Sicario: Tierra de nadie’, el cineasta canadiense Denis Villeneuve vuelve al estilo personal de Incendies (Canadá, 2010), luego de su paso por el thriller policiaco y dramático (Prisoners, 2013) y el thriller sicológico (Enemy, 2013), uno como Mystic River, de Eastwood, otro como Cronenberg y Lynch…

En resumen, Sicario narra operaciones conjuntas de corporaciones policiacas de los Estados Unidos en territorio mexicano sin autorización legal, para combatir al cártel de Ciudad Juárez, Chihuahua. Aliadas con la competencia regional del cártel mexicano, dichas corporaciones están infiltradas por éste, que además cuenta con la cooperación de la policía local, de modo que, maniqueísmos aparte, los enemigos aquí son la misma cosa y al final resulta que una venganza personal es parte de la misión.

Sicario también es un thriller policiaco y dramático, pero con horror en dosis inevitables cuando se trata de narcotráfico mexicano, pues los cárteles que asientan sus reales en México desplazaron a los colombianos con una violencia descarnada, inhumana y brutal.

Las influencias y analogías son notorias:

Como Zero Dark Thirty (Estados Unidos, 2012), de Bigelow, lo que tiene Sicario de policiaco es más bien paramilitar con tintes políticos: la CIA coordina operaciones de bandas en primer lugar y de corporaciones en segundo lugar. La protagonista es una mujer que asciende al liderazgo en la guerra soterrada contra un enemigo criminal que nunca enseña la cara, con la diferencia de que aquí no es Osama bin Laden el objetivo, sino el capo mayor de un cártel mexicano que tampoco es mencionado por su nombre.

Zero Dark Thirty reconoce abiertamente la negación de los derechos humanos a los presos en Guantánamo y el uso recurrente de la tortura como base de las pesquisas que, según la versión oficial, dieron con la guarida del líder de Al Qaeda y permitieron asesinarlo (versión “engañabobos”, según la inteligencia informadísima de James Petras). Sicario, por su parte, plantea una hipótesis públicamente conocida, pero no reconocida oficialmente: la incursión ilegal en territorio mexicano para la realización de operaciones policiaco-paramilitares contra una red criminal que también opera en ambos lados de la frontera, narcotráfico básicamente mexicano. El bastión es Ciudad Juárez, Chihuahua, cuya policía trabaja para el cártel, así que los gringos, con sus corporaciones infiltradas, actúan por cuenta propia.

En Sicario, las secuencias que alternan blanco y negro con iluminación infrarroja son similares a las que vemos en Zero Dark Thirty durante 40 minutos, con la diferencia de que Sicario es una película honesta y muy superior...

Entre Incendies y Sicario, para comparar lo mejor del mismo director, una diferencia sustancial es que la producción de aquélla es canadiense-francesa, mientras que la de ésta es gringa y cuenta con tres actores taquilleros de Joligud. Otra diferencia es que la narración de aquélla es discontinua y alterna capítulos de historias paralelas que se unen al principio y al final, mientras que la de Sicario es lineal, aunque no menos compleja en cuanto al argumento y la trama.

Una similitud interesante es que un coche atraviesa la frontera en ambas películas. Aunque nunca se dice de qué países vecinos se trata en Incendies, es posible inferirlo, y alguien hace bromas irónicas dentro del coche sobre la conflictividad de la relación histórica y vecinal. En Sicario, los protagonistas cruzan la frontera y alguien narra la visita de un presidente gringo a Ciudad Juárez en el pasado remoto para transmitir el miedo que inspira desde entonces «La Bestia», como se refieren al lugar. La referencia histórica intenta ser anecdótica, pero no transmite nada, ni conocimiento ni miedo, y resulta inverosímil que un agente de la policía paramilitar imparta cátedras de historia. Minutos después, los visitantes (más bien invasores) ven cadáveres colgados de un puente, desnudos y mutilados, y el mismo personaje explica la finalidad de mutilar los cuerpos, pero a pesar del tono cínico, su explicación es sicologista, casi académica y, en consecuencia, igualmente fallida.

Por lo demás, el guión es casi tan meritorio como el de Incendies, basado en una obra de teatro, con la diferencia de que Sicario es totalmente original. Entre sus grandes aciertos, la pesadilla de Ciudad Juárez es representada como un síndrome: la gente de a pie parece hacer abstracción de la barbarie para paliar el miedo, la zozobra, lidiar con el peligro cotidiano, la amenaza… Y abundan detalles no menos acertados en la puesta en escena, como las fotocopias tamaño carta con rostros de mujeres desaparecidas.

La protagonista es usada para legitimar operaciones ilegales, y los operadores revelan a cuentagotas el propósito de cada paso que dan, lo cual resulta intrigante y oscuro en la medida que gradualmente nos enteramos de que nada es lo que parece, que tanto la estrategia como las tácticas suelen prescindir de legalidad y hasta de ética: Para combatir a la escoria hay que ser como ella, inclusive hacer alianzas con alguno de los bandos criminales para eliminar a la competencia. Al final, se trata de una guerra por el monopolio regional del crimen organizado y, según la política rectora en cualquier sistema social, sólo el Estado puede garantizar algún control sobre la circulación de mercancías. No se trata de acabar con el narcotráfico, sino de controlarlo. Esa es la principal diferencia con Traffic (Estados Unidos, 2000), de Soderbergh, cuya premisa es que la guerra contra las drogas no tiene salida ni final, es un laberinto en espiral. Ninguna de estas películas lo dice, pero es imposible soslayar que, además de la lógica del mercado en el capitalismo, la raíz del problema es la prohibición. Todos saben eso, empezando por quienes impiden la despenalización de las drogas como principio de la solución, porque los intereses en juego importan más que la salud pública y social.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Iván Rincón Espríu
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