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17.982
Drama
Frida (Laia Artigas), una niña de seis años, afronta el primer verano de su vida con su nueva familia adoptiva tras la muerte de su madre. Lejos de su entorno cercano, en pleno campo, la niña deberá adaptarse a su nueva vida. (FILMAFFINITY)
Seleccionada por España para los Oscar 2018.
Seleccionada por España para los Oscar 2018.
10 de abril de 2020
1 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me acerco a esta película dispuesta para la añoranza, en la tarde de hoy me apetece verano, me apetecen años 90, cuando yo también era una niña. El título no miente y, en este sentido, la película no decepciona. Unos planos iniciales en una ciudad festiva (¿habrá algo más estival que fuegos artificiales y niños jugando en la calle?), tras un viaje en coche la llegada a un pueblo y, de ahí en adelante, desayunos al sol, juegos infantiles, remojarse con la manguera en el patio… Los paisajes, la fotografía, el vestuario, el clima creado en la película me trasporta a las tarde de verano de mi niñez.
Pero la película no va de eso, o mejor dicho, va de eso y algo más. El gran mérito que encuentro en la película es utilizar este clima sosegado, cálido, festivo de las vacaciones de verano, para envolver una historia que, de haber sido contada, hubiera sido de lo más trágico. Pero en ningún momento se nos cuenta nada. Debemos inferir la historia a partir de este recorte en la vida de la protagonista. Porque así está grabada, casi a modo de documental, mostrándonos escenas de lo más cotidianas de un verano de su vida. Y así vemos la realidad a través de su mirada.
La realidad nos es mostrada a través de los ojos de una niña, ese es para mí el rasgo definitorio de la película. Y eso nos pone, como espectadores, en un punto de vista particular. Por un lado, velándonos la realidad de los hechos y teniendo que inferirla a través de conversaciones escuchadas a escondidas, conclusiones extraídas de hechos aparentemente aislados y comentarios indiscretos, atando cabos porque nadie se ha parado a explicarte que ha pasado exactamente (como a la protagonista). Por otro lado, permitiéndonos asistir “desde dentro” al proceso vivencial de la protagonista.
Y es que, en mi opinión, esta película contiene tres niveles: lo que se nos muestra, lo que no se nos cuenta y debemos entrever y lo que se experimenta. Sigo en zona spoiler.
Pero la película no va de eso, o mejor dicho, va de eso y algo más. El gran mérito que encuentro en la película es utilizar este clima sosegado, cálido, festivo de las vacaciones de verano, para envolver una historia que, de haber sido contada, hubiera sido de lo más trágico. Pero en ningún momento se nos cuenta nada. Debemos inferir la historia a partir de este recorte en la vida de la protagonista. Porque así está grabada, casi a modo de documental, mostrándonos escenas de lo más cotidianas de un verano de su vida. Y así vemos la realidad a través de su mirada.
La realidad nos es mostrada a través de los ojos de una niña, ese es para mí el rasgo definitorio de la película. Y eso nos pone, como espectadores, en un punto de vista particular. Por un lado, velándonos la realidad de los hechos y teniendo que inferirla a través de conversaciones escuchadas a escondidas, conclusiones extraídas de hechos aparentemente aislados y comentarios indiscretos, atando cabos porque nadie se ha parado a explicarte que ha pasado exactamente (como a la protagonista). Por otro lado, permitiéndonos asistir “desde dentro” al proceso vivencial de la protagonista.
Y es que, en mi opinión, esta película contiene tres niveles: lo que se nos muestra, lo que no se nos cuenta y debemos entrever y lo que se experimenta. Sigo en zona spoiler.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
El verano de 1993 es el verano en que Frida pierde a su madre y se traslada al pueblo a vivir con sus tíos. Cómo Frida se adapta a dicho cambio, haciéndose un hueco en su nueva familia, en su nuevo ambiente, es lo que nos muestra la película. Es en este nivel de la narración el que transcurre en las tardes de verano. Los celos entre las “hermanas” por conquistar/mantener el amor de la madre. Las dificultades de esos adultos en ejercer de padres con el nuevo miembro de la familia (sólo de forma indirecta, recuerden que estamos en la perspectiva de la niña). La ambivalencia de Frida ante esas personas que ahora forman su nueva familia. Los “tira y afloja” entre sentirse cada vez más parte de ese núcleo y querer volver corriendo a un lugar que quedó atrás y que ya no está.
Este trocito de vida es la punta de un iceberg. Luego está la historia no contada. La de un matrimonio enfermo de sida (el nombre de la enfermedad ni se menciona, para resaltar aún más el estigma que la rodeaba en la época). Una niña que ha perdido a su padre y que convive con su madre enferma (nos abren una ventana a este periodo de la vida de la niña a través de lo que escenifica en el juego, disfrazándose de su madre que hará el esfuerzo de jugar porque la quiere mucho, a pesar de lo enferma que se siente). Una familia con desavenencias, que cuestiona las decisiones de la fallecida De haber sido contada esta historia, estaríamos ante un auténtico drama (al estilo de “Un monstruo viene a verme”) pero toda esta tragedia apenas asoma fugazmente en algunos momentos de la película, lo cual yo personalmente gradezco.
Y entre la mostrada y la que no se cuenta, está la que se siente. El mundo interno de la niña. Una niña en duelo. Hubiera resultado sencillo conmover al espectador a través de la “pobre huérfana”, sin embargo, la protagonista de la película es la mayor del tiempo errática, caótica en sus actuaciones y sentimientos, a momentos caprichosa y hasta repelente. Lo dicho, es una niña en duelo. A lo largo de toda la película asistimos al shock (al principio de la película la niña no llora), la confusión y ambivalencia y la pérdida de la inocencia. La idea de la muerte y las imágenes sobre ella están presentes a lo largo de toda la película, desde la concepción de los símbolos y ritos religiosos como forma de acercarse a los fallecidos, la idea de buscar a la persona perdida en mitad de la noche, hasta lo que significa la muerte en sí, como hecho natural (el despiece en la carnicería, el “viaje” del gato, la matanza del animal). A través de todo ello Frida va madurando su idea de morir, el significado de que su madre haya muerto. Hasta que por fin al final del verano y sólo cuando ha logrado restablecer un lugar seguro en el mundo (representado en el abrazo de “su nueva madre” mientras duerme), Frida puede, con la naturalidad con la que lo hacen los niños, calmar sus temores (sobre cómo murió su “antigua madre”, sobre si su “nueva madre” va a morir) y reparar el sentimiento de abandono inevitablemente unido a la perdida que quien te ha querido. Esa conversación que ocurre como un hecho más en el acontecer de los últimos días de las vacaciones, concentra toda la carga emocional de la película, que luego estalla en la escena final en la que por fin Frida, aunque sin saber decir por qué, puede llorar.
Y para terminar sólo hacer mención al papel de Anna, representando la inocencia y el amor incondicional, llenando, de forma sutil pero precisa, de ternura toda una narración, por otra parte, cargada de un velado dolor.
Este trocito de vida es la punta de un iceberg. Luego está la historia no contada. La de un matrimonio enfermo de sida (el nombre de la enfermedad ni se menciona, para resaltar aún más el estigma que la rodeaba en la época). Una niña que ha perdido a su padre y que convive con su madre enferma (nos abren una ventana a este periodo de la vida de la niña a través de lo que escenifica en el juego, disfrazándose de su madre que hará el esfuerzo de jugar porque la quiere mucho, a pesar de lo enferma que se siente). Una familia con desavenencias, que cuestiona las decisiones de la fallecida De haber sido contada esta historia, estaríamos ante un auténtico drama (al estilo de “Un monstruo viene a verme”) pero toda esta tragedia apenas asoma fugazmente en algunos momentos de la película, lo cual yo personalmente gradezco.
Y entre la mostrada y la que no se cuenta, está la que se siente. El mundo interno de la niña. Una niña en duelo. Hubiera resultado sencillo conmover al espectador a través de la “pobre huérfana”, sin embargo, la protagonista de la película es la mayor del tiempo errática, caótica en sus actuaciones y sentimientos, a momentos caprichosa y hasta repelente. Lo dicho, es una niña en duelo. A lo largo de toda la película asistimos al shock (al principio de la película la niña no llora), la confusión y ambivalencia y la pérdida de la inocencia. La idea de la muerte y las imágenes sobre ella están presentes a lo largo de toda la película, desde la concepción de los símbolos y ritos religiosos como forma de acercarse a los fallecidos, la idea de buscar a la persona perdida en mitad de la noche, hasta lo que significa la muerte en sí, como hecho natural (el despiece en la carnicería, el “viaje” del gato, la matanza del animal). A través de todo ello Frida va madurando su idea de morir, el significado de que su madre haya muerto. Hasta que por fin al final del verano y sólo cuando ha logrado restablecer un lugar seguro en el mundo (representado en el abrazo de “su nueva madre” mientras duerme), Frida puede, con la naturalidad con la que lo hacen los niños, calmar sus temores (sobre cómo murió su “antigua madre”, sobre si su “nueva madre” va a morir) y reparar el sentimiento de abandono inevitablemente unido a la perdida que quien te ha querido. Esa conversación que ocurre como un hecho más en el acontecer de los últimos días de las vacaciones, concentra toda la carga emocional de la película, que luego estalla en la escena final en la que por fin Frida, aunque sin saber decir por qué, puede llorar.
Y para terminar sólo hacer mención al papel de Anna, representando la inocencia y el amor incondicional, llenando, de forma sutil pero precisa, de ternura toda una narración, por otra parte, cargada de un velado dolor.