Tengo mucho que escribir así que voy directa al pozo...

Nos dice Rumiko Takahashi que «Inuyasha» es un cuento feudal, así que ya imaginaréis que aquí hay mucha fantasía, mucha aventura y también mucho romance, todo muy atrayente desde el principio. Lo que pasa luego es que nos encontramos con una historia que se alarga hasta el infinito: eso de mantener de forma coherente e in crescendo un mismo arco argumental durante ciento sesenta y siete capítulos (y la cosa sigue en «Kanketsu-hen»...) es una tarea muy difícil. Así, la trama del villano Naraku monopoliza la historia a la vez que pasa a un segundo plano en multitud de episodios con el lógico resultado de que: primero, te vas olvidando de qué hizo quién ni cómo; segundo, la historia tiene que ir mutando y en muchas ocasiones es como si la autora estuviera improvisando demasiado. Y se nota.

«Inuyasha» juega con el rico y fantástico folclore japonés para llevarnos de aventura en aventura entre el humor y el drama donde el bien y el mal existen sin maniqueísmos y valores como la voluntad, la compasión y el amor funcionan como auténticas armas contra el enemigo, porque el mal se paga con mal y el bien con bien. Si no, que se lo digan a Naraku y a sus esbirros, entre los que destacan la hechicera del viento Kagura, con un corazón prisionero, y el joven exterminador de demonios Kohaku, quienes demostrarán que a pesar de todos los obstáculos sí se puede ser libre.

Ahora bien, el punto fuerte de esta serie tiene un nombre propio y ese nombre propio es el de Sesshomaru. El amo Sesshomaru, el señor Sesshomaru, el gran Sesshomaru es el hermano mayor de Inuyasha, demonio perro completo y por lo que se comenta y se afirma el más poderoso de la historia. También hay quien dice de él que «nunca había visto a nadie más hermoso», y la verdad es que nos lo creemos desde el primer minuto en el que aparece. Su frialdad acaba quemándote. Su mirada dorada e indiferente en realidad te ahoga de pasión. Macho alfa indiscutible, líder de la manada natural. Con esa media luna en la frente, esas marcas en sus mejillas y en sus párpados, su kimono y su estola de pelaje blancos, la elegancia, la clase, el espíritu y la sangre aristocráticos que refleja toda su persona, Sesshomaru es lo más parecido a un dios. A veces se le teme pero siempre se le respeta tanto como se le idolatra, porque este personaje despierta veneración, no hay otra forma de describir lo que siente su sirviente Jaken y más tarde la niña Rin, uno de los personajes más hermosos de la historia por representar las más altas cotas de pureza, alegría, amor y bondad; y ante un corazón como el suyo solo puedes rendirte.

Al principio el hermanastro de Inuyasha se nos presenta como un enemigo a quien vencer, bastante cruel y de hecho mucho más expresivo y hablador lo de lo que es en realidad, pero a medida que la trama vaya avanzando los distintos acontecimientos respecto a las espadas Tenssaiga y Tenseiga, la incursión de Naraku y la llegada de Rin, harán que Sesshomaru tenga la mayor y mejor evolución psicológica y emocional de la serie sin perder por ello su carácter. La relación que entabla con Rin es maravillosa y yo todavía lloro cuando me acuerdo de cómo la humana Rin es por primera vez consciente de su propia mortalidad frente a la casi inmortalidad de Sesshomaru. En esto ni siquiera piensan Kagome e Inuyasha, pero nosotros sí. Rin, «no preguntes tonterías», que a ti nadie podría olvidarte.

La animación clásica contribuye al encanto y a la apostura de los personajes, con diseños muy atractivos y carismáticos de prácticamente todos, tanto héroes como villanos. La banda sonora de Kaoru Wada es espectacular y redondea un anime que aun en sus defectos es totalmente disfrutable.