Cuando el malo de la historia despierta más simpatía que los buenos es que algo anda muy mal.

Es lo que ocurre con «Los mercenarios 3». Pasaba lo mismo en la segunda parte, la mejor hasta la fecha, que tenía a Jean-Claude Van Damme y a Scott Adkins en el mismo equipo de villanos. Ahora ha cogido el testigo nada más y nada menos que Mel Gibson, así que, bueno, a fin de cuentas su Stonebanks solo se dedica a comerciar..., lo que hagan los demás con esas armas no es asunto suyo y si ha matado a un par de agentes es porque eran unos traidores, hombre, un poco de comprensión. Lo curioso es que pensaba mientras veía la película en la cantidad de veces en las que Mel Gibson ha sido atado en su filmografía; estoy por decir que en prácticamente todas sus cintas ha padecido el ser capturado e inmovilizado por sus enemigos. Por supuesto, en «Los mercenarios» también le pasará.

Sus enemigos ahora son los buenos de la historia con Sylvester Stallone a la cabeza. Entre titanes anda el juego. A los actores míticos podemos pasarle por alto muchas cosas, pero siempre hay un límite, y por muy mítico que sean Sly, Schwarzenegger o Ludgren no vamos a perdonarles sus personajes desgastados y acabados, caricaturas de sí mismos, en medio de una historia que consiste en sus tres cuartas partes en muchos disparos y muchas balas.

Queridos míos, retiraos, que ya va siendo hora.