No andan desencaminadas algunas de las críticas periodísticas sobre «El profesional». La cinta de Besson tiene más o menos una primera media hora maravillosa y el resto del metraje irregular, lo que no quita para que toda ella nos deje la impronta agresiva de un amor imposible y una ternura extraña en la sangre derramada.

«El profesional» no es una gran película porque no tiene un gran guión, pero hay algo en la luz de Nueva York, en la melodía de Eric Serra, en los ojos tristes de Jean Reno y en las gafas tras las que se oculta para convertirse en otro; en la belleza prohibida de una Natalie Portman haciendo uno de los mejores papeles de su carrera como la niña Mathilda, obligada a madurar y a despertar de un juego peligroso; en esos silencios entre él y ella, en ese ir y venir por el asfalto, en lo elegantes que son todas y cada una de las imágenes, en Gary Oldman drogándose con una pastilla; hay algo en el final desolador y justiciero, en las lágrimas de Mathilda, en sus miradas a Léon, en el estómago que abrasa, en el desamparo en el que viven estos personajes al límite; hay algo, digo, que hace que «El profesional» te conmueva, te emocione, conecte contigo de alguna forma.

Luego podemos hablar de qué puñetas hace la D.E.A mientras todo estalla en sus narices o qué capacidades son las de Léon que le permiten desaparecer en un segundo con una pared detrás. Estos despistes dan rabia, porque apostando por una acción creíble y más austera, estaríamos hablando de una joyita del cine francés. Recomiendo, de paso, ver la escena censurada donde Mathilda se pone el vestido rosa; a parte del elocuente diálogo sexual, nos explican perfectamente el pasado de Léon, personaje misterioso donde los haya del que no vendría mal saber alguna cosa de su vida. Sting y su preciosa «Shape Of My Heart» son perfectos para rematar la historia.

Nos sé qué será, pero a mi me gusta.