Segunda batalla de «Resident Evil», esta vez cambiando de director, un hombre llamado Alexander Witt, que no conozco ni me suena ni, visto lo visto, quiero conocer.

Si la primera se salvaba medianamente bien, esta continuación ya pierde los papeles. La trama se basa únicamente en muchos tiros, unas cuentas chulerías y muchos golpes de la protagonista Alice, que después de varios experimentos desconocidos y ultra secretos parece que empieza a mutar hacia quién sabe qué. Así, nuestra felina Jovovich hace de todo en cualquier momento y ante cualquier enemigo que se ponga enfrente. Es capaz de salir volando en moto y tirar, recoger y disparar una pistola sin que a los otros les de tiempo a pestañear. Si ya lo dice ella, que no se siente humana, y nosotros tampoco sentimos mucha humanidad ante esa estridencia confusa de peleas y más peleas.

Lógicamente, en su batalla personal se encontrará a amigos y enemigos. De los amigos decir que el grupo de policías de Umbrella es excepcional y el tal Oliveira demuestra una gran categoría sin necesidad de manipulaciones genéticas como otras... De los enemigos, que este villano tiene mi permiso para exterminar toda América si se la antoja: ni más ni menos que el elegantísimo Thomas Kretschmann, un rubio de atractivo singular. Nunca devorar a alguien ha resultado tan morboso. El desenlace concatena una intriga para la tercera pantalla, aunque yo, la verdad, estoy por dejar los mandos.

Game Over, Alice.