Siempre que tengo la oportunidad, recomiendo a todo el mundo esta serie. Sí, sí, a todo el mundo le digo que vea «El barco», aunque sea una temporada, unos capítulo, pero hay que verlo.

Porque «El barco» ha marcando un antes y un después en la ficción, no ya televisiva, no ya española, no: sino ficción de todos los géneros y a escala internacional. Ha creado un nuevo paradigma que le hace establecerse como una categoría aparte que se define por sí misma. Es tan mala, tan mala, tan mala, que tiene su propio estilo en el terreno de lo pésimo.

Ese estilo se define por un concepto del ridículo más vergonzante que sólo comprenderemos viendo la serie y conociendo a estos personajes que llevan a su máxima expresión la estupidez humana. El calado de términos como «cursi», «empalagoso» y «bochornoso» alcanzan cotas inimaginables en una trama inconsistente, calenturienta en el más amplio sentido de la palabra y, por qué no decirlo, patética. Hay momentos que quieres taparte ojos y oídos para no presenciar unas escenas tan lamentables y tan malísimas que sufres verdaderamente y deseas incluso que cada uno de los personajes muera lo antes posible. El capitán que no sabe ni de barcos, Mario Casas siempre con la misma cara de «me da igual todo»; la niña pequeña con el pasteleo continuo, el pasteleo repipi y grandilocuente hasta lo insoportable; el niñato Piti, nombre idóneo para un tipo que es tonto perdido o la doctora Julia Wilson, que se enamora como una adolescente lela de un muchacho diez años menor que ella... y todo esto mientras ¡el mundo se acaba!, cosa que ni les importa.

De su desenlace decir que está a la altura de toda la serie: penoso. Un cachondeo puro y duro, precipitado y compuesto de retazos, porque se ve a las claras que los actores van cada uno por su lado y no pueden ni rodar las escenas juntos. Risible.

Dicho lo cual, tiene su mérito, oye, porque no todo el mundo puede definir la incompetencia y la vergüenza ajena más profunda en un sentido tan puro y sin ningún tapujo. Le doy las dos estrellas por esto mismo, ya que nada se verá igual después de haber conocido «El barco», y por lo muchísimo que me he reído con el conglomerado de pamplinas que desbordan la serie.

Un mito televisivo de esta España mía, de esta España nuestra. Esperemos que irrepetible, por el bien de la humanidad.