Hombre, tanto como catalogarla de «cine épico» según FilmAffinity me parece excesivo. El Egipto de principios de siglo, que tiene una aureola fascinante irrepetible, sirve como marco para estos arqueólogos, cazadores de tesoros, ex soldados y sociedades secretas que se meten en una aventura que, como bien explica Rick O’Connell en un momento dado, consiste básicamente en rescatar a la doncella en peligro, matar al malo y salvar el mundo. Poca cosa.

Más allá de errores en la acción, que hay unos cuantos, «La momia» es una película de puro, simpático y misterioso entretenimiento, donde casi importa más si el chico y la chica se besan que si el esbirro de turno se salva o no se salva. Rachel Weisz y su Ivy están sensacionales, enamora con su bello rostro y con su cálido temperamento. Tanto es así, que el personaje de Rick, con un atractivo Brendan Fraser, queda bastante a lo sombra de su pareja cinematográfica, quizá por lo poco que sabemos de él, limitándose durante toda la historia a pegar tiros. Lástima.

Lo que también da mucha lástima es (sí, lo habéis adivinado) la momia. Este sacerdote egipcio enamorado y maldito por toda la eternidad cuenta con mis simpatías. En fin, que la culpa de sus maldades son más por imperativo mágico que por propia naturaleza: recordemos que con su muerte, horrenda muerte, también le maldijeron, convirtiéndole en un ser de destrucción que trae consigo las diez plagas de Egipto. Además, con el castigo que le hicieron en vida, me parece de lo más normal que se despierte muy, muy enfadado con el mundo. Si es que en el fondo lo que habría que hacer es intentar liberarle de su condena, a ver si descansaba en paz. Por cierto: vaya presencia que tiene la momia, con un Arnold Vosloo de cuerpo bien delineado y unos ropajes (¿túnica y shenti?) de lo más interesantes.

Recuperemos un poco de fantasía y de espíritu aventurero clásico, sin pretensiones y sin comparaciones que la perjudican. La simpatía es una virtud.