Fue una de las grandes olvidadas en las nominaciones de los últimos Oscar a pesar de que tenía todos los elementos para llevarse más de una mención: un gran director tras la cámara, una historia real y profunda en un periodo poco explorado en el celuloide, actores con renombre... Además el público tampoco la apoyó en taquilla, por lo que podía ser que la película fuera realmente fallida, pero todo lo contrario. Para quien esto escribe la última obra de Scorsese se encuentra entre sus mejores películas.

Puede que quien espere al director dinámico de sus películas de gansters o El lobo de Wall Street no tengan paciencia para esta drama que se cocina a fuego lento, sobre todo en su primer tramo; pero si la estupenda actuación de Andrew Garfield o algunas de las bellas escenas que orquestan Scorsese y su director de fotografía, Rodrigo Prieto, no les resultan suficientes en esta primera parte, solo tienen que esperar a que la trama les acabe sumergiendo en la violencia que sufrieron los cristianos en el Japón del siglo XVII y los jesuitas que iban a adoctrinarles y sobre todo, en la visión que tenían las autoridades japonesas de la penetración de una religión ajena a su territorio. Y es que, más allá de las torturas que se acaban viendo en pantalla, tanto físicas como psicológicas, yo me quedo con los puntos de vista sobre la religión, la fe, el sacrificio y la cultura que la película pone sobre la mesa.

Otro clásico en la carrera de un grande.