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Voto de Jark Prongo:
7
Intriga Desde una cabina, una mujer ve como su ex-marido mata a un policía. Trata de prestarle ayuda y, a consecuencia de ello, vuelve a nacer el amor entre ellos, pero son perseguidos implacablemente por la fuerzas de la ley. (FILMAFFINITY)
8 de abril de 2015
5 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
La única película de José María Sánchez Álvaro puede que tenga una nueva oportunidad casi tres décadas después de estrenada gracias al encono puesto en reivindicarla por dos entusiastas militantes del cine que se va quedando en las cunetas, Alez Zinéfilo y David Bizarro. Esta rarísima distopía merece llegar al público al que no llegó en su día tanto por su notable calidad en conjunto como por los cuantiosísimos elementos de índole atípica que la hacen extraña y arriesgada. Porque de la posibilidad de haber sido una mera exploitation que coge elementos de la serie El Prisionero de Patrick McGoohan o del Alphaville de Godard y ya, nada más, evade tal facilona senda y se desmarca yendo por la vía Elio Petri adaptando desde la sensibilidad pop a Robert Sheckley solo que con una desvergüenza absoluta a la hora de incorporar elementos notoriamente humorísticos –que no restan dramatismo a la historia narrada- o coyunturales a los primeros años de democracia títere española, sin ir más lejos esas dos brillantísimas secuencias del amago de crusing en los baños públicos de una estación de autobuses y la inmediatamente posterior de dos chicas pinchándose heroína en el Auto RES.

Pájaros de Ciudad comienza con la cámara filmando varios faros de vehículo, un aviso de qué clase de elemento se usará para delimitar esta distopía –la permanente sensación de que nada escapa al ojo delator, ya sea éste humano, el objetivo de una cámara o la paranoia que surge del parecido entre el faro de un Talbot Horizon y las dos anteriores- y el gran trabajo de composición y realización del equipo técnico, pues aquí no hay ni un vulgar plano-contraplano y la cámara en no pocas ocasiones tira de elegantes travellings y nada gratuitos paneos. En la estación de Chamartín ya asistimos a una frenética persecución a pie donde el protagonista es herido de bala y mata a un inspector de policía además de coincidir con la que fuera su esposa y de ahora en adelante compañera en su huída. De aquí en lo sucesivo todo es un intento de fuga de la ciudad y de los controles dispuestos por las fuerzas de seguridad del estado de la pareja, donde toparán en no pocas ocasiones con ciudadanos que parecen sacados de ese Los Ángeles confuso y pre-apocalíptico de Miracle Mile: vendedores de muñecas hinchables, ancianos que trascienden la paja froteurista para amotinarse contra parejas que hacen el guarro en el parque de El Retiro, yonquis de Auto RES, mendigos que se creen Boecio, cruisers de estación… y no menos peculiares resultan quienes comandan las fuerzas del orden del estado totalitario, con un espectacular López Vázquez sin sus sempiternas gafas obsesionado con lo sedicioso y una computadora omnipotente y sin posibilidad de fallo más allá del factor humano que ha de interpretar sus análisis y no la cree, que es algo muy simpático y que rompe con esos cuentos de sci-fi distópica donde la probabilidad uno jode toda vía de rebelión a los que se salen de esa tan precisa tabla de eventos que ha diseñado y atado un porvenir del que no es posible escaparse, que diría Sagrado Corazón de Jesús en La Nueva Carne. Y encima toda la secuencia del vídeo acerca del magnicidio del Número Uno –qué nombre tan El Prisionero-, que de no ser porque está López Vázquez hablando cacamierdas todo divertidas de fondo quedaría una reflexión sobre cómo se cincela el culto a los gerifaltes desde los medios de comunicación colaboracionistas –valga el pleonasmo- a la altura de todo un Peter Watkins.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jark Prongo
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