Siempre pensé que la peli de Street Fighter con Van Damme era la peor adaptación posible que se podía hacer de ese videojuego de prestigio. Ahora ya no sé qué pensar. No sé si esto era una adaptación de un juego, o una adaptación de lo que suelto en el váter después del desayuno. Y eso sin ser quisquilloso, y preguntarme una y otra vez dónde están Ryu, Ken, Guile, Dhalsim, Honda, Blanka, Sagat, Zangief, Cammy... (de Dee Jay me olvido porque nadie le quiere). Tampoco quiero preguntarme por qué la de Smallville es una Chun-li con tacones, ni por qué Bison es ese mafioso de pega, ni Balrog el pobre Clarke Duncan echado a perder, ni Gen es Liu Kang, cada día más parecido a Shang Tsung, ni por qué el luchador español Vega, antaño un hombre de gran belleza que se ponía la máscara para que no le hicieran nada a su cutis, ahora es uno de los monos de los Black Eyed Peas, y no se sabe ni por qué lleva una máscara que además es horrenda y enorme. Ni siquiera quiero preguntarme cuánto tiene que ver el argumento de la bazofia mal digerida esta con la famosísima saga de videojuegos de lucha.

Simplemente quiero olvidar este aborto. ¿Qué tipo de broma es esta? Parece ser la misma peli que nos habremos tragado en el peliculón de Antena 3 una centena de veces, aunque todo mucho más telefílmico y cutre, con unas interpretaciones incluso peores. Un muermo de hora y media al que solo se le pide ser entretenido y ni eso consigue, pues durante los escasos 90 minutos que dura, las neuronas que acabarás regurgitando será lo que más distraido te mantenga. Encima las peleas son penosas, de 2 minutos la más larga, y sacadas del manual para peleas con mucho cable, nivel principiante. En cualquier producción barata de Hong Kong ves mejores.

Pero ea, que no solo es un muermo de calibre 50, sino que además, ese argumento tan típico de «persona que sabe artes marciales quiere vengarse del villano de turno por cosas familiares, pero antes tiene que someterse a un duro entrenamiento en el que ha de librarse de las emociones negativas y creer en el amor y mierdas así, y mientras una especie de detectives de medio pelo simplemente están ahí estorbando y rellenando un poco el metraje hasta que se descubre que pueden ser útiles en una escena, etcétera etcétera», acaba adquiriendo unos niveles de delirio esquizoide en cuanto nos enteramos de la historia de Bison. No sé si quiero revisionar esa parte aunque sea, para comprobar si de lo que me he enterado es cierto, si tengo mucha roña en los oídos, o los guionistas tenían mucha roña en el cerebro. Pero vamos, que es un momento de reír y no parar, porque en ese preciso momento te has de dar cuenta de que tiene que ser, por narices, una broma de mal gusto.

Sí, tiene que ser eso. Un chiste larguísimo y sin gracia, contado por alguien patético, pero que en cierto momento le orina alguien encima, y ese momento en el que te puedes reír. Eso es todo. Menuda basura.