Es extraño que, en tierra patria, uno se encuentre ante una película sobre deportes que no trate sobre el deporte rey (o el que más audiencia y afición posee) y, aunque en "Siete mesas de billar francés" lo que el hijo de la prota no considera un deporte, sea sólo un pretexto, como mínimo parece que cambiar los mimbres de la propuesta base sirve para regalarnos pequeños trabajos realizados con mimo y llevados con la suficiente pericia como para poder comentar que, en el fondo, siempre y cuando uno se dirija hacía donde debe, el panorama no está tan mal.

La última avanzadilla de Querejeta en panorama dramático-romántico da como resultado una cinta que funciona, en especial, gracias al peso de tres actrices como Verdú, Portillo y la siempre magnífica Amparo Baró, secundadas por un séquito de actores suficientemente buenos y jóvenes talentos como Raul Arévalo. Sin embargo, nada sería igual si no estuviese suficientemente medido el trabajo de Querejeta, y es que el guión de "Siete mesas de billar francés" puede presumir, con creces, de alejarse de los excesos y resolver los conflictos planteados a sus protagonistas del mejor modo posible, haciendo así que en ese sentido ya esté ganada buena parte del terreno.

El único pero que se le podría poner a una propuesta como la que nos ocupa, es que todo lo que tiene de atinado en su guión, no se traslade de modo más afectivo a la pantalla, ya que aun siendo una incursión interesante, le falta ese punto de maceración para que sus personajes y situaciones cobren vida propia e insuflen al espectador una nueva dosis de optimismo para afrontar la próxima con la esperanza de encontrar, si no algo superior, si por lo menos algo a la altura.