Que Miike es un cineasta polifacético es algo que, a estas alturas, nadie debería poner en duda. Y si no me creen, lo único que deben hacer es echar un vistazo a su trilogía "Dead or alive" donde, mientras en su primer volumen ("Dead or Alive: Hanzaisha") se decantaba hacía la acción más gamberra, en el segundo ("Dead or Alive 2: Tôbôsha") buscaba un poco más de émfasis dramático en sus personajes y en el tercero y que concluía la saga ("Dead or Alive: Final") traducía sus intenciones en una propuesta totalmente paródica.
Así, y tras films escabrosos ("Visitor Q") o desfasados ("Ichi the killer"), Miike decidió escoger en esta ocasión el camino de la comedia más grotesca, aportando pinceladas de una curiosa animación con plastilina (que, dicho sea de paso, se incorpora en las secuencias más fatídicas para rodar) y dotando el conjunto con partes musicales de lo más peculiares a la vez que hilarantes, ya sea por ese aspecto que el realizador nipón les da o por unas coreografías tan singulares como sus mismos protagonistas.

De este modo, y tras un manto de un humor negro, sobreactuaciones que otorgan un punto de inflexión mayor a la obra, así como el aspecto desaliñado del montaje, ya típico en el cine de Miike, se nos introduce en una historia que vuelve a hablar nuevamente sobre nuestra sociedad, a la vez que nos hace partícipes del recorrido de una familia para evitar que su hostel se vea desolado debido a los acontecimientos que en él se van dando a lo largo de la cinta.
Si bien es cierto que aquí deja más de lado aspectos como el mencionado arriba, sí consigue elaborar una entretenidísima comedia que hará disfrutar a más de un incondicional de este cineasta que, como mínimo, ya ha sabido captar la atención de más de uno, sea por lo peculiar que es su modo de rodar o por la truculencia que aporta con algunos de sus films.
A tener en cuenta.