Spielberg ha sido en las últimas tres décadas el gran animador, el que nos entretiene, el que nos mantiene en suspense, el que da vida a los sueños infantiles, el que todavía sueña como un chiquillo. A veces, sólo por él, el cine sigue siendo arte, aunque en lugar del séptimo sea el noveno, o el décimo. Spielberg devuelve al cine su más pura esencia: el entretenimiento.
Si rescató en su momento el género de aventuras y popularizó y humanizó como nadie la ciencia-ficción, en esta ocasión, nos devuelve a ese mundo perdido hace millones de años tan misterioso y fascinante en el que los dinosaurios, como suele decirse, dominaban la tierra. Y nos lo ofrece sin reparar en detalles, o... en gastos, que más da. Simple y llanamente porque lo hace muy bien. Y aquí sí. En "Parque Jurásico" necesitamos al temible saurio cerca; examinar sus fauces, sus garras, sus ojos; escuchar el tremendo sonido de sus rugidos y temblar de miedo al sentir sus pisadas. En "Parque Jurásico" sí. Los buenos efectos especiales al servicio de una inteligente trama con sus obligadas dosis 'McGuffinianas' son necesarios. Muy necesarios. Pero Spielberg, que sabe muy bien lo que es el cine, hace virguerías con la cámara, domina los espacios abiertos, ofrece una pintoresca galería de personajes, dirige magistralmente a sus actores adultos (sin ser estos muy buenos, lo que aumenta el mérito del director) y consigue de los dos niños algo que una película de este tipo necesita obligatoriamente: credibilidad, sentido del humor, ternura y permanente sensación de fragilidad. O sea, efectos sí, pero talento todavía más.