Me gusta el rock. Las cosas que no se tocan. Villanos. Villeros. Fernet Branca. Un perro cojo. Cristo Obrero. Ira. Silencio.
Como Jeremy Irons y Robert De Niro (Jérémie Rénier, actor de los Dardenne, no confundir, por favor, con Jeremy Renner, el de "Tierra hostil", norteamericano de vellón), el clérigo puro y el otro más humano, demasiado humano en tierra santa, evangelizando almas, ganando cuerpos, salvando vidas, luchando contra el mal a pecho descubierto, a brazo partido.
Le meten demasiadas especias al guiso y al final lo estropean, acaba* en disparate, resulta incomestible, casi no se le puede hincar el diente, que si el amor interreligioso, la enfermedad que me vuelvo loco, la droga mala, la policía peor, las jerarquías eclesiásticas corruptas versus los curas del pueblo tan generosos, toda la pobre gente abandonada a su suerte, altercados, golpizas, asesinatos, sangre y más sangre, muerte, espanto, el bien y el mal como grandes hermanos que se matan a golpes, ese aquelarre que hiede/hiere.
Y no era necesario, nunca lo es, no hace falta gritarle al espectador para que capte el mensaje, no está sordo, no es tan necio como parece.
Aguafuerte, feroz fresco, injusticia social abismal y algunos hombres buenos, y una mujer estupenda, que tratan de poner remedio a tanto desafuero.
El actor belga no pega mucho como sustituto ni mucho menos es creíble como cura arrepentido, lo mismo que cuesta aceptar a Darín en ese papel, le conocemos demasiado y es muy laico, pero bueno, en verdad todo chirría un poco, ese afán por hacer espectáculo de/en la miseria ajena, esa denuncia a bombo y platillo, tan fallera/huera.
Para esto no hacían falta alforjas, mejor estar/permanecer callados, no abrir la boca, en clausura, con mirar y mostrar sería más que suficiente.