No debió regresar.
Pedregosa, rugosa y rasposa.
Enraizados, rabiosos odios. El origen del dolor es casi lo de menos; lo crucial es la brutalidad, la violencia adherida, como virus infeccioso, parte de la sangre, la sangre misma, enferma, que reclama más sangre.
La mirada es reducida, el foco es claustrofóbico, vicioso y entrampado. Como alimañas cocidas a fuego lento; encerradas, atrapadas, sedientas de muerte.
Cruce de caminos y atropello de salvajismos. Flechas, balas, cuchillos, maleteros, casas. Herramientas que hieren y objetos que someten. Espacios opresivos, supurando destrucción.
Familias enfrentadas que son la misma; ya no se sabe dónde están el padre, el hijo o el hermano, son la misma desgracia, la misma furia y mugre. Endogámicos, malditos y tortuosos.
Como una peste que persigue al protagonista. Hijo pródigo que vuelve a cumplir con su destino, con la saga, con el horror.
No hay salida.
Negra, seca, rotunda. Pero escuálida, se queda en los huesos.
De pocas palabras y muchos hechos ominosos. Demasiado ensimismada y putrefacta. Se ahogan y nos ahogan. Necesitamos respirar; el peligro es morir asfixiados, sin nada que decir.