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Voto de Ferdydurke:
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6,4
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Acción. Bélico. Drama
Narra la historia real de Newton Knight (McConaughey), un granjero sureño, durante la Guerra de Secesión americana (1861-1865). Harto de defender los intereses de los grandes propietarios sureños, decidió desertar, se alió con otros pequeños granjeros y, con la ayuda de los esclavos locales, lideró un levantamiento cuyo resultado fue la transformación del Condado de Jones, Mississippi, en un Estado Libre. Su matrimonio con Rachel (Gugu ... [+]
21 de septiembre de 2016
15 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se podría decir sin temor a equivocarnos que en el cine USA hay un género que se puede denominar como épica esclavista, dícese del puñado de películas que cuentan crudamente los atroces abusos que el hombre blanco, no todos, cometió sobre el negro, no todos, en aquellas tierras norteamericanas durante mucho más tiempo del imaginable.
Se parecen bastante entre sí: muchos negros maltratados, violados, apaleados y asesinados, algún hombre blanco bueno, pocos, como excepción feliz que confirma la horrible regla de su raza, tragedia y espanto todo el rato y cierta esperanza final.
Vale. Sí. Aquí igual. Y eso que al principio parecía otra cosa, casi marxista, cosas veredes, con un Matthew convertido en un Espartaco sureño y con un discurso en el que se afirma que la clave, la médula del meollo, no está en las diferencias de raza, sexo o religión, sino que muy fundamentalmente en las de clase, en las injusticias perpetradas por los ricos contra/sobre los pobres (aunque haya diferentes grados, tanto entre los poderosos como en la famélica legión). Y la guerra, en este caso de secesión, como una lucha de intereses entre mandamases (los sureños confederados defendían su negocio del algodón para el que era necesario la fuerza de trabajo de los esclavos), a costa de la vida de los más débiles (luchaban y morían principalmente los más desgraciados, los blancos de clase baja que no tenían esclavos, los pobres granjeros).
Pues esa primera parte es más novedosa e interesante. Mezcla denuncia bélica, arrebato político y un tono aventurero prometedor, con comunas y pantanos, huidas y batallas.
Eso dura un rato. Cuando todavía McConaughey es solo un ser humano, un pícaro bondadoso y nada más. Pero claro, es una gran producción y la cosa degenera. Newton, nuestro querido protagonista, va adquiriendo superpoderes y disfraces hasta que parece el mismo Mortadelo; le vemos de cura, carpintero, herrero, médico, soldado, ideólogo, comunicador, pensador, maestro, guerrillero, vocero, estratega, cazador, emperador, estadista, negociante, feminista, abolicionista, padre, marido, hijo y espíritu santo, y me olvido, uno ya tiene la memoria rala, de un sinfín de ocupaciones, preocupaciones y quehaceres más, quizás cantante y remendón, además de político y trampero, por supuesto.
Y con lo demás sucede parecido. Toda esa cierta gracia y libertad del comienzo, la formación de la comunidad de desertores en pleno Misisipi, muere al poco y de inmediato zarpamos hacia la monserga y tentetieso, terreno seguro, harto curioso si no lo hubiéramos visto, igualito, oye, unas cuantas millones de veces durante toda nuestra perra vida, por lo que partimos, otra vez, hacia el cantar de gesta del héroe pedorro con el consiguiente acarreo de horrores esclavistas y desafueros monstruosos. Y ahí viene lo malo, con todo el equipo. Siempre, en este tipo de representaciones, se muestran las conclusiones, los actos abyectos, las vejaciones insoportables, el cuerpo que cuelga del árbol, la sonrisa miserable del gañán blanco, el azote, el miedo, la barbarie, la negra guapa acosada por algún cafre, vale, pasó, pero no vemos lo otro, lo mollar, que también ocurrió, eso nos lo hurtan, oscuro velo, nada, tres o cuatro rótulos someros y basta, no nos dejan cotillear sobre los trapicheos verdaderos, los político-económico-religiosos, sobre esos manejos, leyes y decisiones decisivas, todo ese entramado o sedimento, la savia de la tierra, grasa fofa o más bien indispensable que daba cuerpo y sustancia, que alimentaba el atropello y permitía la violencia, que hacía dejación, en el mejor de los casos, y justificaba ese estado de cosas, o, al contrario, con el pasar lento de los años, la que provocó que se fuera cercenando esa crueldad y explotación, lo dicho, nos dan espectáculo simplista y nos ciegan el intríngulis complejo, de tal modo que así, con esa forma de contar y mostrar tan sensacionalista y bruta, se alude a la parte más superficial de nuestra conciencia, a la pura indignación, a la rabia y el asco, cuando sería mucho más sano recurrir también al intelecto, a la explicación más o menos detallada de estos procesos históricos, a la exposición de las causas, a lo que oculta esta ficción morbosa, tan evidente. Pero es sabido que es más cómodo atribuir los males del mundo a conceptos vagos, muy abstractos, a la maldad en general, por ejemplo, que indagar en la responsabilidad compartida por muchos, de casi todos los que cuentan o contaban en ese tiempo. Y también es más sencillo reducir hechos abstrusos y dolorosos a película de titán contra dragones, o a folletín de benditos contra villanos, así gusta más y la cabeza duele menos y, quizás, de ese modo el dinero caiga con mayor alegría a las necesitadas arcas jolivudenses, que para eso estamos y vinimos al fin y al cabo, a por money, ni más ni menos. En fin, que tras tanto sermón del santo Newton, ahora me tocaba a mí, quid pro quo.
Sé que no se debería esperar otra cosa, sería de necios o neófitos tal bagatela inocente, ya nos conocemos y sabemos perfectamente de qué pie cojea esta mala gente, lo que da de sí esta corrupta industria, pero no se puede evitar la triste sensación de decepción y cansancio ante tanta rutina mansa y acolchada.
Se parecen bastante entre sí: muchos negros maltratados, violados, apaleados y asesinados, algún hombre blanco bueno, pocos, como excepción feliz que confirma la horrible regla de su raza, tragedia y espanto todo el rato y cierta esperanza final.
Vale. Sí. Aquí igual. Y eso que al principio parecía otra cosa, casi marxista, cosas veredes, con un Matthew convertido en un Espartaco sureño y con un discurso en el que se afirma que la clave, la médula del meollo, no está en las diferencias de raza, sexo o religión, sino que muy fundamentalmente en las de clase, en las injusticias perpetradas por los ricos contra/sobre los pobres (aunque haya diferentes grados, tanto entre los poderosos como en la famélica legión). Y la guerra, en este caso de secesión, como una lucha de intereses entre mandamases (los sureños confederados defendían su negocio del algodón para el que era necesario la fuerza de trabajo de los esclavos), a costa de la vida de los más débiles (luchaban y morían principalmente los más desgraciados, los blancos de clase baja que no tenían esclavos, los pobres granjeros).
Pues esa primera parte es más novedosa e interesante. Mezcla denuncia bélica, arrebato político y un tono aventurero prometedor, con comunas y pantanos, huidas y batallas.
Eso dura un rato. Cuando todavía McConaughey es solo un ser humano, un pícaro bondadoso y nada más. Pero claro, es una gran producción y la cosa degenera. Newton, nuestro querido protagonista, va adquiriendo superpoderes y disfraces hasta que parece el mismo Mortadelo; le vemos de cura, carpintero, herrero, médico, soldado, ideólogo, comunicador, pensador, maestro, guerrillero, vocero, estratega, cazador, emperador, estadista, negociante, feminista, abolicionista, padre, marido, hijo y espíritu santo, y me olvido, uno ya tiene la memoria rala, de un sinfín de ocupaciones, preocupaciones y quehaceres más, quizás cantante y remendón, además de político y trampero, por supuesto.
Y con lo demás sucede parecido. Toda esa cierta gracia y libertad del comienzo, la formación de la comunidad de desertores en pleno Misisipi, muere al poco y de inmediato zarpamos hacia la monserga y tentetieso, terreno seguro, harto curioso si no lo hubiéramos visto, igualito, oye, unas cuantas millones de veces durante toda nuestra perra vida, por lo que partimos, otra vez, hacia el cantar de gesta del héroe pedorro con el consiguiente acarreo de horrores esclavistas y desafueros monstruosos. Y ahí viene lo malo, con todo el equipo. Siempre, en este tipo de representaciones, se muestran las conclusiones, los actos abyectos, las vejaciones insoportables, el cuerpo que cuelga del árbol, la sonrisa miserable del gañán blanco, el azote, el miedo, la barbarie, la negra guapa acosada por algún cafre, vale, pasó, pero no vemos lo otro, lo mollar, que también ocurrió, eso nos lo hurtan, oscuro velo, nada, tres o cuatro rótulos someros y basta, no nos dejan cotillear sobre los trapicheos verdaderos, los político-económico-religiosos, sobre esos manejos, leyes y decisiones decisivas, todo ese entramado o sedimento, la savia de la tierra, grasa fofa o más bien indispensable que daba cuerpo y sustancia, que alimentaba el atropello y permitía la violencia, que hacía dejación, en el mejor de los casos, y justificaba ese estado de cosas, o, al contrario, con el pasar lento de los años, la que provocó que se fuera cercenando esa crueldad y explotación, lo dicho, nos dan espectáculo simplista y nos ciegan el intríngulis complejo, de tal modo que así, con esa forma de contar y mostrar tan sensacionalista y bruta, se alude a la parte más superficial de nuestra conciencia, a la pura indignación, a la rabia y el asco, cuando sería mucho más sano recurrir también al intelecto, a la explicación más o menos detallada de estos procesos históricos, a la exposición de las causas, a lo que oculta esta ficción morbosa, tan evidente. Pero es sabido que es más cómodo atribuir los males del mundo a conceptos vagos, muy abstractos, a la maldad en general, por ejemplo, que indagar en la responsabilidad compartida por muchos, de casi todos los que cuentan o contaban en ese tiempo. Y también es más sencillo reducir hechos abstrusos y dolorosos a película de titán contra dragones, o a folletín de benditos contra villanos, así gusta más y la cabeza duele menos y, quizás, de ese modo el dinero caiga con mayor alegría a las necesitadas arcas jolivudenses, que para eso estamos y vinimos al fin y al cabo, a por money, ni más ni menos. En fin, que tras tanto sermón del santo Newton, ahora me tocaba a mí, quid pro quo.
Sé que no se debería esperar otra cosa, sería de necios o neófitos tal bagatela inocente, ya nos conocemos y sabemos perfectamente de qué pie cojea esta mala gente, lo que da de sí esta corrupta industria, pero no se puede evitar la triste sensación de decepción y cansancio ante tanta rutina mansa y acolchada.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Él está muy bien como semidios. La factura peliculera es hermosa, elegante en su obviedad.
Otro punto a favor es la discreción respecto al amorío interracial. No hay beso de miel ni polvo apasionado a la luz de la luna. Ese pequeño bochorno que nos ahorran.
La referencia futura, en cambio, esos saltos temporales, ochenta y cinco años después, es bastante lamentable. No como idea, se mantenía en los años cuarenta la segregación hasta en los aspectos más ridículos y grotescos, sino cómo está presentado ese juicio, de un básico y burdo que asusta.
La relación entre las dos mujeres, esas escenas, es un poco de risa. No se quieren meter en líos ni insinuar algún posible conflicto o diminuta mancha en la trayectoria inmaculada, ese currículum de oro puro, del santo en cuestión, por lo que optan por un "To er mundo é güeno" y las mujeres de mi marido son mis amigas, que ya si eso le dejo el cobertizo y nos ayudamos con los niños, las penas todos juntos son menos y mi casa es nuestra y dios en la de todos, que nosotros y nosotras inventamos el glorioso poliamor y a vosotros y vosotras con orgullo os lo mostramos.
Solo una pega le pondría al buenazo, todo no se puede, y es que en una de sus habituales charlas didácticas sobre lo divino y lo humano osa considerar a los hombres como hijos de Dios, hasta ahí pasa la prueba sin problemas, vamos bien, pero no tanto a los animales, y aquí la pifia, los cuales, dice el indocumentado y poco actualizado ser humano, se podrían considerar perfectamente como posesiones del hombre, sin derecho ninguno, casi objetos. Yo le diría que no, que yerra gravemente, que esa parte tocaría retocarla y pulirla, darle una vuelta con mucha mejor perspectiva, que así hoy día el pobre no se iba a comer un colín ni nadie le iba a escuchar en ninguna parte, ni mucho menos seguir, solito que se iba a quedar con su verborrea mesiánica y su filantropía desmedida, ni un mísero voto iba a obtener del voluble y concienzudo público que siempre tanto nos/os quiere. Así es. Así fue. Para que veas, hermano.
Otro punto a favor es la discreción respecto al amorío interracial. No hay beso de miel ni polvo apasionado a la luz de la luna. Ese pequeño bochorno que nos ahorran.
La referencia futura, en cambio, esos saltos temporales, ochenta y cinco años después, es bastante lamentable. No como idea, se mantenía en los años cuarenta la segregación hasta en los aspectos más ridículos y grotescos, sino cómo está presentado ese juicio, de un básico y burdo que asusta.
La relación entre las dos mujeres, esas escenas, es un poco de risa. No se quieren meter en líos ni insinuar algún posible conflicto o diminuta mancha en la trayectoria inmaculada, ese currículum de oro puro, del santo en cuestión, por lo que optan por un "To er mundo é güeno" y las mujeres de mi marido son mis amigas, que ya si eso le dejo el cobertizo y nos ayudamos con los niños, las penas todos juntos son menos y mi casa es nuestra y dios en la de todos, que nosotros y nosotras inventamos el glorioso poliamor y a vosotros y vosotras con orgullo os lo mostramos.
Solo una pega le pondría al buenazo, todo no se puede, y es que en una de sus habituales charlas didácticas sobre lo divino y lo humano osa considerar a los hombres como hijos de Dios, hasta ahí pasa la prueba sin problemas, vamos bien, pero no tanto a los animales, y aquí la pifia, los cuales, dice el indocumentado y poco actualizado ser humano, se podrían considerar perfectamente como posesiones del hombre, sin derecho ninguno, casi objetos. Yo le diría que no, que yerra gravemente, que esa parte tocaría retocarla y pulirla, darle una vuelta con mucha mejor perspectiva, que así hoy día el pobre no se iba a comer un colín ni nadie le iba a escuchar en ninguna parte, ni mucho menos seguir, solito que se iba a quedar con su verborrea mesiánica y su filantropía desmedida, ni un mísero voto iba a obtener del voluble y concienzudo público que siempre tanto nos/os quiere. Así es. Así fue. Para que veas, hermano.