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Voto de Ferdydurke:
6
6,4
2.538
Drama
Reinado de Jorge III de Hannover (1760-1820). El rey de Inglaterra, sufre inesperadamente una fuerte depresión que degenera en una especie de locura que lo aparta de la Corte. Mientras tanto, el Príncipe de Gales (el futuro Jorge IV) y algunos sectores de la clase política planean diversas acciones para incapacitarlo y arrebatarle el trono. (FILMAFFINITY)
23 de julio de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Deliciosa comedia regia que empieza fuerte y acaba en gloria, por el camino se entretiene, pierde, repite y agota la fórmula, pero el viaje mereció la pena, Dios salve al rey y todo eso.
El oficio de rey es como otro cualquiera, una ridícula farsa, nadie trabaja, pura nada, filfa y chufla, una tópica, repetitiva representación teatral en la que siempre tienes que recordar tu papel, si lo olvidas o ya te aburre o quieres cambiar de aires, escapar de la rutina, descansar de una vez de ti mismo, estás perdido, las bestias colgadas de las vigas ahí afuera están a la espera de tu probable caída para saltar sobre tu cadáver todavía caliente y así usurpar tu lugar sagrado, mear sobre tus cenizas, pisar tu memoria.
Toda persona, hasta un rey, necesita referencias, orden, normas y criterio, premios y castigo, algo más que solo serviles y aduladores lacayos, ya que si no, estás expuesto a la locura, al desvarío, a tanto suplicio y martirio, que no es otra cosa que la falta de todo eso, demasiado placer y relajo, tanto quererse a uno mismo y dar rienda suelta al instinto, a todo lo que uno lleva dentro mucho tiempo reprimido, retenido, la ausencia de sentido, el desconocimiento de los límites, como un océano sin fin ni principio en el que te ahogas sin remedio, una nada densa, sin tiempo ni espacio, un siniestro vicio.
La película luce un gran sentido del humor, chispazos de brillante ingenio y una sana irreverencia que se ríe de cualquier forma de trascendencia; su pena es que tiene una trama muy esmirriada y muy simple, una estructura básica, vana, que se conoce rápido y después cansa, algo así como que el rey se vuelve loco y el hijo quiere ocupar su puesto, aunque le llamen regente; los de un bando desean que se recupere para mantener sus puestos, esas felices cargas; los del otro lo contrario, que siga eternamente loco para así ponerse ellos y sustituir a los otros, vamos, lo de siempre, las eternas luchas de poder a muerte, para llenarse los bolsillos, aunque aquí sea visto todo de manera bufa, como una ópera cachonda. Y no hay más. Todo es un poco mucho superficial, finalmente banal, a pesar del logrado y sarcástico divertimento, a pesar de tantas deposiciones reales y chascarrillos con orinales, ese gran invento tan infravalorado, injustamente despreciado y hasta, ¡oh, horror!, orillado.
Además de toda la buena gracia, los planos que son como cuadros barrocos y la mirada de hielo del doctor Holm, lo mejor es Händel, esa música es tan imponente y apoteósica que te dan ganas de irte tú mismo pitando a la corte más cercana y ponerte a trepar sin parar hasta llegar a ser de alguna buena posible reina su estupendo consorte.
Suena hasta el himno de la Champions, Händel siempre fue muy futbolero, qué más quieres, Baldomero.
Hawthorne y Mirren, muy bien. Pero la mejor de todos es la intriganta y pérfida Lady Pembroke, la bella Amanda Donohoe, de carnes aviesas y mente perversa.
El oficio de rey es como otro cualquiera, una ridícula farsa, nadie trabaja, pura nada, filfa y chufla, una tópica, repetitiva representación teatral en la que siempre tienes que recordar tu papel, si lo olvidas o ya te aburre o quieres cambiar de aires, escapar de la rutina, descansar de una vez de ti mismo, estás perdido, las bestias colgadas de las vigas ahí afuera están a la espera de tu probable caída para saltar sobre tu cadáver todavía caliente y así usurpar tu lugar sagrado, mear sobre tus cenizas, pisar tu memoria.
Toda persona, hasta un rey, necesita referencias, orden, normas y criterio, premios y castigo, algo más que solo serviles y aduladores lacayos, ya que si no, estás expuesto a la locura, al desvarío, a tanto suplicio y martirio, que no es otra cosa que la falta de todo eso, demasiado placer y relajo, tanto quererse a uno mismo y dar rienda suelta al instinto, a todo lo que uno lleva dentro mucho tiempo reprimido, retenido, la ausencia de sentido, el desconocimiento de los límites, como un océano sin fin ni principio en el que te ahogas sin remedio, una nada densa, sin tiempo ni espacio, un siniestro vicio.
La película luce un gran sentido del humor, chispazos de brillante ingenio y una sana irreverencia que se ríe de cualquier forma de trascendencia; su pena es que tiene una trama muy esmirriada y muy simple, una estructura básica, vana, que se conoce rápido y después cansa, algo así como que el rey se vuelve loco y el hijo quiere ocupar su puesto, aunque le llamen regente; los de un bando desean que se recupere para mantener sus puestos, esas felices cargas; los del otro lo contrario, que siga eternamente loco para así ponerse ellos y sustituir a los otros, vamos, lo de siempre, las eternas luchas de poder a muerte, para llenarse los bolsillos, aunque aquí sea visto todo de manera bufa, como una ópera cachonda. Y no hay más. Todo es un poco mucho superficial, finalmente banal, a pesar del logrado y sarcástico divertimento, a pesar de tantas deposiciones reales y chascarrillos con orinales, ese gran invento tan infravalorado, injustamente despreciado y hasta, ¡oh, horror!, orillado.
Además de toda la buena gracia, los planos que son como cuadros barrocos y la mirada de hielo del doctor Holm, lo mejor es Händel, esa música es tan imponente y apoteósica que te dan ganas de irte tú mismo pitando a la corte más cercana y ponerte a trepar sin parar hasta llegar a ser de alguna buena posible reina su estupendo consorte.
Suena hasta el himno de la Champions, Händel siempre fue muy futbolero, qué más quieres, Baldomero.
Hawthorne y Mirren, muy bien. Pero la mejor de todos es la intriganta y pérfida Lady Pembroke, la bella Amanda Donohoe, de carnes aviesas y mente perversa.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
No es casualidad que la confirmación de su recuperación se produzca mientras lee a Shakespeare, el verdadero y eterno rey de Inglaterra, "El rey Lear" concretamente, ahí es cuando comprueba con claridad cartesiana, muy meridiana, que es lo que tiene que hacer, actuar, nada más, tratar de recordar su papel de rey que tan bien se sabía antes y que con tanto gusto y pasión solía interpretar, tiene que abrazar la ficción, la única posible salvación, volver a la escena, fingir, no es tan difícil, como todos los demás.
La vida no imita a Shakespeare, desgraciadamente no se dan esas bellas tragedias, hay mucha más chabacana muerte.
Entre un cagarro y una sinfonía oscila esta obra de origen y raigambre teatral, lo tuyo es puro teatro, con soltura maciza, haciéndonos pasar un buen rato, lo que, como siempre insisto, no es de pavo moco.
Al final el cura vuelve a la tierra con las amadas ovejas y los queridos cerdos, también los locos, después de haber salvado a su patria de los lobos, la amante católica tan maja la pobre queda fuera de aquella manera, por no ser protestante, es lo que tiene, y el lechuguino que hacía de capitán asistente, junto con todos los criados que estuvieron con el rey de primera mano, es sacrificado, aquel polvo y este lodo, ha estado demasiado cerca del oprobio y no es bueno que los testigos de la verdad que se esconde tras toda apariencia anden cerca.
Ha triunfado la familia modelo, ahora solo falta asumir de una vez por todas que América, desde hace unos pocos años tortuosos, ya no es también Inglaterra, la realeza en pleno es consciente de que, obviamente, solo está ahí para entretenernos, para fingir que se lo creen, para que parezca que hay algo un poco así como de mirar bonito tras tanto espanto.
Era 1788, a puntito estábamos de la Revolución Francesa, esa otra locura, la más auténtica y verdadera, no tan pasajera.
"Se necesita una gran fortaleza de carácter para soportar los rigores de la indolencia".
La vida no imita a Shakespeare, desgraciadamente no se dan esas bellas tragedias, hay mucha más chabacana muerte.
Entre un cagarro y una sinfonía oscila esta obra de origen y raigambre teatral, lo tuyo es puro teatro, con soltura maciza, haciéndonos pasar un buen rato, lo que, como siempre insisto, no es de pavo moco.
Al final el cura vuelve a la tierra con las amadas ovejas y los queridos cerdos, también los locos, después de haber salvado a su patria de los lobos, la amante católica tan maja la pobre queda fuera de aquella manera, por no ser protestante, es lo que tiene, y el lechuguino que hacía de capitán asistente, junto con todos los criados que estuvieron con el rey de primera mano, es sacrificado, aquel polvo y este lodo, ha estado demasiado cerca del oprobio y no es bueno que los testigos de la verdad que se esconde tras toda apariencia anden cerca.
Ha triunfado la familia modelo, ahora solo falta asumir de una vez por todas que América, desde hace unos pocos años tortuosos, ya no es también Inglaterra, la realeza en pleno es consciente de que, obviamente, solo está ahí para entretenernos, para fingir que se lo creen, para que parezca que hay algo un poco así como de mirar bonito tras tanto espanto.
Era 1788, a puntito estábamos de la Revolución Francesa, esa otra locura, la más auténtica y verdadera, no tan pasajera.
"Se necesita una gran fortaleza de carácter para soportar los rigores de la indolencia".