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Voto de Ferdydurke:
6
6,8
70.051
Thriller. Intriga
Thriller sobre el famoso "Asesino del Zodiaco", un asesino en serie que, entre 1966 y 1978, mató a numerosas personas en San Francisco, al tiempo que enviaba a los medios de comunicación cartas con pistas. La acción se centra en las largas pesquisas de dos detectives que intentaron darle caza y en las investigaciones de dos periodistas que trataron de averiguar su identidad. (FILMAFFINITY)
4 de febrero de 2021
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Jodeos y moríos. El contrato del dibujante. El malvado Zaroff. Al hurgue.
Estupenda película.
Los caballeros de la mesa redonda y el santo Grial.
La búsqueda de la verdad destruye vidas enteras, es tan cegadora su luz que calcina todo lo que toca, todas las esperanzas y las ilusiones, la juventud se la lleva por delante, tan huidiza y escurridiza que no hay manera de atraparla, tan peligrosa y escondida que necesitas para estudiarla todo el tiempo del mundo, infinito, por lo tanto, mejor hacerse a un lado y vivir más tranquilo con la medicada mentira de todos los santos días, tan suavemente administrada, con dulzura inefable dispensada. Pero si aun así persistes, eres terco y pertinaz, loco y necio, y logras hallar un atisbo o reflejo de ella, te lo negarán en redondo, te dirán que no, que no hay pruebas definitivas ni suficientes, que mejor mires para otro lado, que el caso queda eternamente abierto, pero en verdad a cal y canto, totalmente cerrado, ese meollo mejor no meneallo.
No busques, no husmees o remuevas, no investigues ni dudes, no persigas ni leas, quietecito y callaíto estás más guapo, discreto, durmiendo el sueño de los justos al calor del hogar con tu santa esposa y tu maravillosa descendencia que tanto te quieren.
Fueron a una guerra que estaba de antemano perdida, antes de comenzar siquiera, las cartas estaban marcadas, la suerte echada, no había la más mínima posibilidad de victoria, era una suma ominosa de callejones sin salida y laberintos muertos, pistas falsas y mucha pena.
La película tiene dos partes, dos disfraces o investigaciones, en las dos llega a la misma, obvia, clamorosa conclusión, y en las dos no sirve para nada, a nadie ya importa, nunca, la vida continúa.
Esta historia cuenta lo mismo de siempre, lo que nos han mostrado un millón de veces antes los de América del Norte, y a la vez lo niega todo, presenta los tópicos elementales y después los cuestiona, afortunadamente, pero no todos, algunos los respeta escrupulosamente, esa es su falla, tras haber jugado con ellos. De ahí su originalidad y también su flaqueza, que se quede a medias, varada en tierra de nadie, siguiendo el oscuro camino del pino solitario.
Es finalmente tan evidente el caso, tan claro el culpable, que es insoportable, nada se puede hacer con ello, a nadie interesa que caiga el velo, pasemos a otra cosa, que siga el juego.
Lo más prescindible son las escasas, menos mal, escenas caseras llenas de silenciosos reproches y torvas miradas, el resto es bastante entretenido, un juego kafkiano de espejos ciegos, suma de polis borgianos, K. Dick y Stanislaw Lem dándose la mano, la mestiza mezcla de espectáculo consabido y chunga indeterminación, de lo más superficial a la clara ambigüedad, en esa Zona estancada, como la de Stalker nada menos, tenue, compleja, amarillenta y biliosa, anaranjada y turbia, enfermiza y beige, crema fúnebre, se mece esta obra tan retorcida, enroscada, simpática e interesante.
Estupenda película.
Los caballeros de la mesa redonda y el santo Grial.
La búsqueda de la verdad destruye vidas enteras, es tan cegadora su luz que calcina todo lo que toca, todas las esperanzas y las ilusiones, la juventud se la lleva por delante, tan huidiza y escurridiza que no hay manera de atraparla, tan peligrosa y escondida que necesitas para estudiarla todo el tiempo del mundo, infinito, por lo tanto, mejor hacerse a un lado y vivir más tranquilo con la medicada mentira de todos los santos días, tan suavemente administrada, con dulzura inefable dispensada. Pero si aun así persistes, eres terco y pertinaz, loco y necio, y logras hallar un atisbo o reflejo de ella, te lo negarán en redondo, te dirán que no, que no hay pruebas definitivas ni suficientes, que mejor mires para otro lado, que el caso queda eternamente abierto, pero en verdad a cal y canto, totalmente cerrado, ese meollo mejor no meneallo.
No busques, no husmees o remuevas, no investigues ni dudes, no persigas ni leas, quietecito y callaíto estás más guapo, discreto, durmiendo el sueño de los justos al calor del hogar con tu santa esposa y tu maravillosa descendencia que tanto te quieren.
Fueron a una guerra que estaba de antemano perdida, antes de comenzar siquiera, las cartas estaban marcadas, la suerte echada, no había la más mínima posibilidad de victoria, era una suma ominosa de callejones sin salida y laberintos muertos, pistas falsas y mucha pena.
La película tiene dos partes, dos disfraces o investigaciones, en las dos llega a la misma, obvia, clamorosa conclusión, y en las dos no sirve para nada, a nadie ya importa, nunca, la vida continúa.
Esta historia cuenta lo mismo de siempre, lo que nos han mostrado un millón de veces antes los de América del Norte, y a la vez lo niega todo, presenta los tópicos elementales y después los cuestiona, afortunadamente, pero no todos, algunos los respeta escrupulosamente, esa es su falla, tras haber jugado con ellos. De ahí su originalidad y también su flaqueza, que se quede a medias, varada en tierra de nadie, siguiendo el oscuro camino del pino solitario.
Es finalmente tan evidente el caso, tan claro el culpable, que es insoportable, nada se puede hacer con ello, a nadie interesa que caiga el velo, pasemos a otra cosa, que siga el juego.
Lo más prescindible son las escasas, menos mal, escenas caseras llenas de silenciosos reproches y torvas miradas, el resto es bastante entretenido, un juego kafkiano de espejos ciegos, suma de polis borgianos, K. Dick y Stanislaw Lem dándose la mano, la mestiza mezcla de espectáculo consabido y chunga indeterminación, de lo más superficial a la clara ambigüedad, en esa Zona estancada, como la de Stalker nada menos, tenue, compleja, amarillenta y biliosa, anaranjada y turbia, enfermiza y beige, crema fúnebre, se mece esta obra tan retorcida, enroscada, simpática e interesante.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
El principio y el final son lo mejor con esa fabulosa canción de Donovan, "Hurdy Gurdy Man", con la gradación del puro terror como amenazante y torpe cotidianidad, algo que no encaja o sale de plano, bizarro y brutal, y con esa resolución llena de humor esquinado, el que se produce cuando todo es finalmente nada, una perpleja paradoja repleta de contradicciones que vuelan en todas direcciones para acabar en punto muerto, en el mismo lugar donde se inició todo, desde el que partieron todos, esa declaración/reconocimiento final de un ser perdido en el tiempo y el espacio y recuperado en un aeropuerto de Ontario; es un cuento contado por un humorista muy serio y lleno de vacío y hundimiento, un eco lejano, acolchado, insonorizado, una derrota fuera de campo, y del cuerpo, de tercera mano; máscaras, dobles, triples caras, recovecos, agujeros, cristales rotos; una broma macabra o supina tontería muy divertida.
Gyllenhaal es lo opuesto a Downey Jr., Rufallo sería el intermedio o resultante de los otros dos, magníficos actores todos. El primero es medroso, timorato, constante, disciplinado, gris, opaco, responsable; el segundo es brillante, gracioso, valiente, autodestructivo, impreciso, un bala perdida que sirve como modelo para lo malo y también para lo bueno, Glengarry Glen Ross.
Lo mismo que esta película es la contestación, su cara b, a Harry el sucio; pasamos del realismo chusco, rudo y un tanto oligofrénico de aquella al lirismo burocrático, borroso, apagado, diluido de olvido, palimpsesto lleno de capas y zonas cero, puntos de fuga y también ciegos, de hondonadas y oscuros sótanos, de miedos primitivos y hombres del saco ominosos, de esta; de la épica cotidiana y rotunda, pétrea, de un héroe bestia a la elegía por el tiempo perdido, a las batallas sin dueño ni fin de unos cuantos perdularios sin nombre; del alégrame el día al mismo una y otra vez siempre repetido; de un macho alfa supremo y rampante a muchos pobres hombres desdibujados, desvaídos, derribados por la historia, en un sumidero; de El Álamo a El desierto de los tártaros.
La verdad es en realidad tan sencilla y descarada, insolente, está tan cerca, ocurrió cerca de su casa, a unos 45 metros concretamente, que no se puede nombrar ni ver, es mucho mejor arrojarla de tu lecho y seguir adelante como si nada, sin mirar atrás jamás a riesgo de convertirte en estatua de sal, si no quieres morir antes de tiempo, obsesionado, hecho polvo, precipitada y absurdamente, sin darte cuenta de nada de lo que no has hecho.
También se habla de las sutiles y extrañas relaciones que se dan entre la más cutre y tierna ficción y la horrorosa realidad como socavón, y de los monstruos que crea la subcultura popular, homenaje cerrado y cachondo a esas maravillosas excrecencias que son el sonido de fondo de todo lo callado y más anhelado o deseado.
Gyllenhaal es lo opuesto a Downey Jr., Rufallo sería el intermedio o resultante de los otros dos, magníficos actores todos. El primero es medroso, timorato, constante, disciplinado, gris, opaco, responsable; el segundo es brillante, gracioso, valiente, autodestructivo, impreciso, un bala perdida que sirve como modelo para lo malo y también para lo bueno, Glengarry Glen Ross.
Lo mismo que esta película es la contestación, su cara b, a Harry el sucio; pasamos del realismo chusco, rudo y un tanto oligofrénico de aquella al lirismo burocrático, borroso, apagado, diluido de olvido, palimpsesto lleno de capas y zonas cero, puntos de fuga y también ciegos, de hondonadas y oscuros sótanos, de miedos primitivos y hombres del saco ominosos, de esta; de la épica cotidiana y rotunda, pétrea, de un héroe bestia a la elegía por el tiempo perdido, a las batallas sin dueño ni fin de unos cuantos perdularios sin nombre; del alégrame el día al mismo una y otra vez siempre repetido; de un macho alfa supremo y rampante a muchos pobres hombres desdibujados, desvaídos, derribados por la historia, en un sumidero; de El Álamo a El desierto de los tártaros.
La verdad es en realidad tan sencilla y descarada, insolente, está tan cerca, ocurrió cerca de su casa, a unos 45 metros concretamente, que no se puede nombrar ni ver, es mucho mejor arrojarla de tu lecho y seguir adelante como si nada, sin mirar atrás jamás a riesgo de convertirte en estatua de sal, si no quieres morir antes de tiempo, obsesionado, hecho polvo, precipitada y absurdamente, sin darte cuenta de nada de lo que no has hecho.
También se habla de las sutiles y extrañas relaciones que se dan entre la más cutre y tierna ficción y la horrorosa realidad como socavón, y de los monstruos que crea la subcultura popular, homenaje cerrado y cachondo a esas maravillosas excrecencias que son el sonido de fondo de todo lo callado y más anhelado o deseado.