Suma y sigue. Revoltijo nefando y pordiosero. Acumulación de dislates e ignominias.
Nos quedamos con Electro (su transformación es poderosa y bella, el mejor momento de la peli) y poco más, muy poco más; el resto es repetición, morcillismo y timo (nos venden el mismo producto de siempre sin apenas cambiar nada). Ni se han esforzado un mínimo, el mismo material con diferente pegatina. Ni imaginación ni brillantez ni originalidad, nada.
El principio se mantiene por la curiosidad (a ver por dónde van los tiros esta vez, igual nos regalan un entretenimiento juguetón y cachondo con un guion decente y eficaz -¡cuánto daño hacen la esperanza y la inocencia!); aunque todo te suena demasiado, el desarrollo se sigue con cierto interés por Electro (visualmente estupendo -otra cosa es su chapucera evolución como personaje), pero la parte final es un engendro. Historia que muere a la mitad y agoniza con clamor y vergüenza. Se acaba delatando como un producto en el que no se ha disimulado su único interés: sacar el máximo dinero con el mínimo riesgo y esfuerzo creativo, sin aportar algo nuevo o decente.
Él no da el tipo (actor patoso que carga con su festival de muecas, pasmarote constantemente cariacontecido), ella está bien pero agota con tanto azúcar y tontería -¡vete de una maldita vez a Oxford, por Dios!), y el amigo/rival es grotesco, personaje horriblemente escrito y desarrollado. La trama familiar es espantosa y prescindible (Field no pinta nada: esa escena lacrimosa es insufrible) y la introducción paternal (escena delirante con avión, malo maloso y demás majaderías), lamentable. Lo de la estación perdida, las monedas, la enfermedad rara...; todo eso es denunciable por mal contado y explicado, por demostrar tan poco respeto al espectador; lo de la trama empresarial, horroroso también.
El humor, infantil, el niño, infantil, el tono de la peli, infantil, el guion, los diálogos, los personajes...; todo muy infantil.
Batiburrillo bastardo y corrupto. Saga periclitada que solo sobrevive por la avaricia de mercaderes sin alma ni escrúpulos y la estulticia de un público que seguimos confiando tercamente.