Bi Gan construye su obra desde el interior, desde la subjetiva visión del recuerdo. Una experiencia que narra la curiosidad del "cómo pudo ser". Una búsqueda de lo efímero, lo deseado desde la nostalgia que provoca un futuro ya vivido. Es la búsqueda de la confirmación de un amor secado por la eterna relatividad del tiempo.

El director nos presenta su trabajo dividido en dos mitades bien diferenciadas, pero conectadas en más puntos de los que uno pueda imaginar. Comenzamos con la búsqueda de un antiguo amor y nos acercamos al objetivo con cada pista recibida. La cinta se viste de cine negro y avanzamos entre colores y texturas propias de Wong Kar-wai y planos sostenidos hasta el límite que recuerdan a Tarkovski.

En la segunda mitad, la obra cambia de temática, estética y forma. somos testigos de una experiencia onírica potenciada por un sinsentido que sirve para escapar de la claustrofobia de un encierro no experimentado. La libertad es la base del deseo que se esfumó.

Transcurren veinte años o ninguno. Se busca a la rebelde juventud o la sabia madurez. El deseo de protagonizar historias que huyeron de lo posible y el egoísmo de que todo nos espera, como las agujas de un reloj roto, impaciente a que lo pongas en marcha cuando se nos antoje. Es el ego el muro que impide ver con claridad la perspectiva de un futuro que vuela como ave sin hogar.

Una metáfora del paso del tiempo y el arrepentimiento de no decidir. La fuga de vidas posibles, futuros alternos y sentimientos anclados en una bengala apagada.

Si la sala de los enamorados gira es por que el tiempo les acompaña en una eternidad de difícil percepción.