No voy a entrar en el talento de los traductores de los títulos de las productoras porque la retahíla de insultos sería inacabable. Fair Game es una película que dentro de su convencionalismo es capaz de despertar cierto asombro: a menos de diez años de los sucesos que han inspirado la película, y que supuestamente son reales, Hollywood hace un producto en el que sin ningún tipo de remordimiento se llama embustero a un presidente (Bush jr) y canallas a sus colaboradores más cercanos. No se engañen, pues Fair Game es otra más de esas películas con la que el ala demócrata del artisterío estadounidense pretende condenar la segunda guerra del golfo, la supuesta mala fe de sus gobernantes, a la Fox y a todo el que abra la boca. El problema es que, aparte de ser un thriller político interminable (su contenido en acción es cero), nos obsequia con una última media hora vomitiva ideológicamente y que desarma cualquier posibilidad de tomar en serio la supuesta denuncia hacia los pérfidos republicanos. El resultado es por tanto muy irregular por la falta de alicientes cinematográficos y de honradez intelectual; una Watts voluntariosa y un Penn histriónico no evitan el desastre. Para que quede más claro ver spoiler.