La única razón por la que trataré de ser elegante en esta crítica es porque el director, Edgar Wright, nos ha regalado momentos deliciosos con Hot Fuzz y Shawn of the dead, ambas memorables y bastante más hilarantes. He de decir que el arranque de Scott Pilgrim es muy potente, y me gusta la agilidad con la que trascurre, contando con algunos momentos muy inspirados, como los musicales. Por otra parte, la plasmación del lenguaje del cómic en el cinematográfico es muy hábil y sin haber leído el original me imagino que Wright debe haber aprobado la adaptación sin dificultad, siendo notable el trabajo de post-producción. El gran problema de esta película, en mi opinión, es que la historia central no es muy interesante, o al menos no lo es para una película, y una vez superado el choque visual inicial, se convierte en una tediosa sucesión de homenajes al mundo del videojuego (logrados, eso sí) que diluye completamente cualquier intento de profundizar en las relaciones humanas o de hacer un espectáculo con mordiente, no solo visual. Hay gente que la define como una comedia romántica, pero a mí no me lo parece, porque las peripecias a la postre son grotescas, sin mucha ironía, y el duo protagonista no establece la química necesaria aunque por separado no están mal. Por tanto, al final solo queda un enorme guiño a una generación muy concreta a través de sus modelos de ocio, pero no hay la capacidad de guasa o de mala baba que pedía.