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Voto de Tio Penthal:
4
5,4
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Romance. Drama
Año 1998. Isabel, estudiante de periodismo, se ve obligada a realizar sus prácticas en el diario de un pequeño pueblo costero gallego para terminar la carrera. Al llegar, quiere empezar cuanto antes a investigar, a demostrar todo lo que ha aprendido para convertirse en una auténtica periodista. Pero el puesto que le asignan es el último que ella esperaba: la escritura y gestión de las esquelas que llegan a la redacción. Pero esto, que ... [+]
16 de diciembre de 2020
68 de 84 usuarios han encontrado esta crítica útil
Líbreme Dios de renegar del cine romántico, pero sí que me tomaré la licencia de despotricar contra el cine romántico que es una m*. Y El verano que vivimos no es Los puentes de Madison, queridos. En estos momentos de pandemia debéis saber, gentes del futuro, que hubo una era entre el enclaustramiento y la recuperación en la que lo único que se podía ver en las salas eran producciones modestas en lo económico y, como en este caso, paupérrimas en todo lo demás. Nada se salva en este tostón salvo quizás una fotografía inspirada en algunos momentos: los actores creen que están construyendo un homenaje imperecedero a un AMOR ETERNO, pero no, simplemente se refocilan en lo ETERNO. ¿Qué necesidad hay de un metraje interrrrrminable para perpetrar un guión que esencialmente es una majadería sin pies ni cabeza (ver spoilers)?. Historias de amor hemos visto muchas en el cine, pero independientemente de la calidad del libreto lo esencial, lo que no puede faltar para que el teatrillo se sostenga es que haya química entre los actores, y aquí no lo hay. Ni por asomo. Javier Rey está terrible y no cambia la p* jeta en todo el verano, no aclarándose si asistimos a una maniobra Stanislavski para bordar los personajes con una gran vida interior y una introspección del copetín, o que directamente no sabe actuar. Para compensar el estoicismo castellano, su partenaire es una Blanca Suárez que al menos pelea el acento gaditano, y de coro hay un surtido plantel de actores andaluces que se afanan por dar algo de vida a este moribundo fílmico con sus "ole", sus "arsa" y sus "ariquitaun taun taun". Por no extenderme, resumiré: la historia romántica no funciona, las viñas al atardecer son muy bonitas y me aburrí como una ostra.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Es todo muy de mear y no echar gota... Tenemos a un arquitecto de más allá de Despeñaperros que se va a Jerez a hacer una bodega para un amigo de farras juveniles, que es terrateniente. Su llegada al paraje es como cuando entras a Tara pero sin negros y con tablaos y manzanilla en vez de bailes elegantones con pamelas y hurras confederados de "muerte a la Unión". El caso es que hay quince minutos de planos de las viñas con música, a lo spot de Codorniú, y resulta que la prometida del amigo, un señorito andaluz de tomo y lomo, está de muy buen ver, ocurriendo lo inevitable: empieza a apetecerles echarse un bailecito en horizontal. Yo diría que cuando empieza el percal es cuando nuestro arquitecto hace un esbozo del edificio y Blanca Suárez coge el papel con aire de "agarraos que os voy a cascar una solución constructiva totalmente revolucionaria" pero acaba diciendo "yo pondría otra planta, para tener más espacio", ante lo cual se quedan todos asintiendo admirados de su sagacidad, impropia de una mujer. Para quitarse al gachó de la bodega de enmedio, y que la trama vaya a algún lado, al guionista no se le ocurre otra cosa que meter una plaga de la vid para lo cual, no me pregunten por qué, la única solución es que se tenga que ir una semana a Francia a preguntar el remedio; parece ser que en la Andalucía de los años 60 no había teléfonos. El desdichado se va, los otros dos le traicionan repetidamente como perretes en celo pero finalmente deciden que son gente honesta y que van a confesar y a pirarse de Tara, a vivir su amorrr. Para que la cosa no sea tan fácil el guión decide que la hermana del cornudo, envuelta en una trama paralela que no va a ninguna parte, se mate cayéndose a un pozo tras descubrir a los amantes, en una escena chanante presentada como un accidente. A pesar de que su pasión furtiva esté ya manchada de sangre, y tras acabar la bodega de marras, los tórtolos deciden que se van igualmente, que les da lo mismo; en una maniobra de una astucia total, el arquitecto confiesa tutto (la cornamenta y la muerte ignominiosa de la hermana) en una carta que entrega ANTES de escapar. Evidentemente el señorito andaluz hace lo que se espera de él: prende fuego a la bodega y hace creer a nuestros protagonistas que el otro ha palmado en las llamas. Ninguno de los dos comprueba nada, asumen que es verdad y ella se casa sin decir ni mu y el arquitecto se va de Jerez sin mirar atrás para entregarse a una existencia lánguida y atormentada en la que todos los aniversarios del incendio publica una esquela contando a trozos su historia, así como si fuera un serial o una tira de Roberto Alcázar y Pedrín. Como lo oyen. 16 de octubre de 1976: "ESQUELA: Aún recuerdo tus ojos como luceros mientras te ponía mirando a Sevilla entre las viñas. Continuará". Y resulta que en los años 90 una tipa descubre el percal y se lanza a juntar todas las esquelas para hacer una novela, tras una investigación delirante junto al hijo del arquitecto, con erótico resultado. Lo dicho, un p* disparate.