Aquellos que hace unos años disfrutamos del caótico y divertido regreso de Scott a la saga podemos sentirnos un poco traicionados con el rumbo que ha elegido llevar en esta segunda entrega de la trilogía. Quizás la polaridad que marcó aquella película ha obligado a tomar decisiones drásticas a sus responsables, por mucho nombre que tenga el hombre que hay detrás de las cámaras y que fuese el fundador de la historia original. Sin lugar a dudas Ridley Scott cambió el rumbo de la ciencia ficción en 1979 con ‘Alien: El Octavo Pasajero’, una cinta que a día de hoy sigue siendo un auténtico disfrute (y que nos regaló una de las heroínas del cine por excelencia: la teniente Ripley).

De todas las grandes preguntas que se hacían en ‘Prometheus’, el director escoge el motivo y misterio de la creación, dando una vuelta de tuerca más a partir del mejor personaje que nos ha otorgado estas nuevas versiones: el sintético David. Ese ¿Por qué crear? ¿Y por qué no? es el motor y rumbo de Covenant, lo que la hace ser una película con un ritmo irregular.

A un servidor le parece que sobran escenas de flautas y dilemas morales y que, cuando la película está más a gusto, es en las escenas marca de la saga, donde Scott recupera la tensión, la atmósfera y el ritmo otorgándonos momentos muy memorables. Ahí, la película fluye aunque no sepamos cuántos y cuáles son las características de los protagonistas de la cinta, grave asunto si queremos empatizar con, por ejemplo, la enésima chica guerrera de la saga.

El derrotero de la historia es, pues, un camino intermedio entre la saga original y las oportunidades que nos brindaba ‘Prometheus’. Algunas decisiones pueden gustar más o menos (si me preguntáis, hubiera recuperado cierto personaje que no voy a mencionar aquí) pero ‘Alien: Covenant’, dentro de su irregularidad, es un producto entretenido que mantiene viva la saga.

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