Roy es un astronauta de pulso inalterable al que la desaparición de su padre, ausente durante toda su infancia, le ha marcado de por vida a pesar de terminar siguiendo sus pasos. Ante la posibilidad de reencontrarse con él en el espacio infinito, acepta una extraña misión para partir en su búsqueda. De esta forma, Roy intentará eliminar los fantasmas del pasado e intentar seguir hacia adelante.

Esa es, en esencia, la historia que Gray quería contar. Estoy convencido de ello. Pero, al ser un film ambientado en el espacio, ha tenido que cargar con alguna que otra secuencia de acción que no pega en absoluto con el tono intimista del film. Durante sus dos horas de metraje, asistimos a las pruebas que Roy tiene que pasar para la misión, para ser astronauta, a su voz en off que nos mete en la cabeza del protagonista. Todo con un ritmo pausado, lento, que contrasta con las dos o tres secuencias de acción que se pueden contar en el film, que rompen el ritmo y que quitan minutos para lo más importante: el ansiado reencuentro. Es inexplicable que el montaje haya decidido dar carpetazo a ese instante en apenas un par de secuencias, sin darnos tiempo a decidir si al padre se le ha ido del todo la cabeza o si tiene sentido lo que quiere hacer.

Tampoco ayuda la decisión de situar la acción en un futuro lejano/cercano. Lo cierto es que al ver el tráiler, la historia me llamaba mucho más sabiendo que podía suceder el día de mañana y no de aquí a veinte/cinco años.

Gray sabe lo que quiere contar y cómo debe contarlo. Es más, tiene a la estrella de cine perfecta para hacerlo, un Brad Pitt que sigue mejorando con los años y al que considero uno de los pocos representantes del Hollywood más convencional (una actor sin miedo a los grandes desafíos y capaz de mover masas para ayudar en taquilla). Una odisea paterno-filial en el espacio, con los miedos y dudas de ambos. Eso es lo que queríamos ver. ‘Ad Astra’ se queda solo a medio camino.