Tras el varapalo de 'Ant-Man', Edgar Wright no tardó en ponerse manos a la obra de Baby Driver, una historia que ya le rondaba desde hacía varios años y que necesitaba contar. Se nota que es una creación muy personal en ese mimo a los detalles. No es personal porque hable de sí mismo —dudo que sea una historia que hable de su pasado delincuente—, sino porque ha mezclado todo lo que le gusta, empezando por la música hasta sus, imagino, influencias cinematográficas. Y debo decir que ha sido una de las experiencias más estimulantes que he vivido jamás en un cine; porque cuando detrás de la cámara hay un autor, una persona que disfruta lo que está haciendo, que nos está contando algo que le apasiona, esas sensaciones se transmiten a la perfección. Además considero que este «experimento musical» —por llamarlo de alguna manera, aunque ni siquiera es algo novedoso— aporta ese toque único y especial, casi irrepetible, diría yo, que redondea el resultado final por encima de la excelencia, pasando por alto todos sus defectos. 'Baby Driver' no será una película perfecta, pero al menos es una de esas películas que vale la pena ver en el cine y, por supuesto, demostrar a los estudios que merece la pena apostar más por este tipo de producciones.