Las películas que nos narran brutales matanzas llevadas a cabo por descerebrados armados hasta los dientes, que en un momento dado estallan y se llevan por delante a todo el que se le pone por delante, suelen ser de por si estremecedoras, cuando como en el caso de esta lo que se nos cuenta ocurrió realmente, pasan a ser escalofriantes radiografías de las cloacas del alma humana. Esta película es la más aterradora de todas las que se han hecho sobre este tipo de sucesos, logrando transmitir al espectador, con una brutal intensidad, el horror, la sorpresa y la indefensión que debieron de sentir los pacíficos habitantes de un pueblo de una pequeña población costera de Nueva Zelanda, ante la brutal aparición de este desalmado. Durante todo el metraje te mantiene pegado al sofá, subyugado y aterrado por la forma con que este director logra meternos en la piel de todos y cada uno de los atónitos y desamparados vecinos, encarnados por unos actores que realmente te hace creer que lo que estás viendo, está sucediendo en tiempo real. Durante todo el metraje, no dejaron de venirme a la cabeza las últimas palabras de Kurtz en El corazón de las tinieblas (¡El horror! ¡El horror!). Dirigida por Robert Sarkies, que en su la primera obra con la que se dio a conocer en esta parte de las antípodas, la inclasificable e inquietante Marihuana, El sótano maldito, ya apuntaba estar en posesión de un peculiar talento. Esperemos que nos llegue algo más de su obra, pues me parece un tipo a tener en cuenta.