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Voto de Fred Madison:
6
Drama En este trabajo, bajo la influencia de Michelangelo Antonioni, Jancsó crea un estilo visual único, por el que es conocido -el hipnótico ballet que crea mediante el movimiento de la cámara, que ponen de relieve la relación entre los personajes y el paisaje, la gran llanura húngara. Al considerar este último aspecto, el mundo cinematográfico de Jancsó tiene conexiones con la tradición occidental, aunque no en el nivel ideológico. El ... [+]
8 de septiembre de 2016
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Tras el visionado de «Los rojos y los blancos» así como de «Salmo rojo», creí inconscientemente que el estilo de Miklós Jancsó siempre había sido el mismo –largos planos secuencias con enorme movilidad de la cámara y una potente profundidad de campo. Retomo su filmografía y parto desde sus orígenes: estaba equivocado. Este es uno de los ejemplos por los que generalmente me gusta empezar por el comienzo, así contemplo la maduración del director y veo pulir su estilo. Como se introduce en la sinopsis de Filmaffinity, esta película bien podría haber sido dirigida por Antonioni. Es más, podría haber formado parte de la trilogía de la incomunicación («La aventura», «La noche» y «El eclipse») o crear una nueva trilogía con «El desierto rojo». Para Cantata una sinopsis más cercana a lo real sería la de que un médico de mediana edad sufre una crisis existencial y decide viajar a su pueblo natal. Dicho lo cual, vamos al meollo.

A Ambrus (Zoltán Latinovits, el protagonista), le ahoga todo. Tras una operación fallida entra en una crisis existencial que cuya primera fase es preguntarse por su propia valía como médico y que continúa buscando los motivos por los que debe vivir. Para continuar con el desarrollo, merece aclarar un concepto que he trabajado ligeramente y que conviene trabajar más profundamente y pasados los años. Ese es el concepto de «hogar». Una vez llegues a una edad, generalmente los dieciocho años (debido al aluvión de cambios y la llegada de los deberes), ya no vuelves a tener una un hogar, sólo recuerdos. Por mucho que te asientes en una ciudad, nunca, nunca será tu hogar. Podrás tener momentos de apacibilidad, pero todos los pedazos que forman tu ser estarán desparramados por toda tu vida. Lo que viene a ser el concepto «hogar» atormenta si lo vives desde una temprana edad, esto es, la adolescencia. Atormenta porque sabes que cada momento es el último de tu propia viva, ya que luego tus pedazos internos se desparraman. Tenerlo presente angustia porque sabes que cada momento que pasa te estás despidiendo de ti mismo. Esa es la “oscura” verdad de la frase "vivir cada día como si fuera el último" pero sin toda la parafernalia pesudoemocional de los típicos libros de autoayuda. Por eso, una vez pasado el umbral de la mayoría de edad comienza una búsqueda de sí mismo, de tu hogar y, para más inri, de los demás. El protagonista, tras la operación fallida ya comentada con anterioridad, comienza esa búsqueda entre fiestas, charlas, proyecciones y amigos. En esos actos se siente perdido y es un intruso. Nada ni nadie «son» para él: repudia a un médico mayor, rechaza a una joven que le quiere, acude a un círculo de arte abstracto para luego ignorarlo y es invitado a una fiesta donde él será uno de los protagonistas. Aquí cobra especial importancia esa fiesta. Ahí se proyectará un cortometraje donde Ambrus y su amante se les ve joviales y risueños. ¿Por qué ver la proyección es el único resquicio de felicidad y sosiego de su vida? Porque las imágenes, partiendo de la dualidad establecida por Walter Benjamin y acorde a la filosofía de Miklós Jancsó, pueden ser símbolos (unidad) y alegorías (fragmentos). En un cortometraje se reconstruyen esos fragmentos de vida de los protagonistas, colocando así los pedazos internos de Ambrus y recuperando, por momentos, su hogar. Pero la vida de un cortometraje es efímera y la felicidad de Ambrus, por ende, también. Quiero remarcar la elección de planos de Jancsó en este momento, en el visionado del corto. Podemos observar a Ambrus y a su amante viendo dicho corto a través de un plano medio desde su espalda, pero que es un plano subjetivo a la vez. Sencillo, pero maravilloso. La intención es la de no dejar al espectador como un simple voyeur de la ficción, sino como un espectador activo que ve a sus propios fragmentos internos en ese corto, como si fuese el protagonista de la película. Prosiguiendo, el médico a partir de ahí acude desesperadamente a casa de su padre con el fin de pedir auxilio y reencontrarse a sí mismo, pero sólo encuentra una vida pasada y múltiples futuros de haber escogido otra salida de joven. «Nadie recuerda aquel primer día. ¿Cómo pudo escabullirse tan rápido?», podrá pensar. En el pueblo se encuentra con personajes hastiados y que han perdido el brillo y su interés por el protagonista, aumentando así la agonía. Las crisis existenciales ponen en peligro tu ser, pero también son muestra de un egocentrismo exacerbado. Todo gira en torno a él y sus problemas de comunicación produce un círculo vicioso en el cual la preocupación de sus allegados aumenta con su silencio. Una conocida de su pueblo, con la cual tuvo un breve romance, lejos de preocuparse por él, fue la primera que le dejó claro que es un narcisista y sólo él es el problema y la solución a la vez. En este momento de la película destaca la fotografía, como en toda la filmografía de Jancsó, donde la inmensidad del campo reduce a Ambrus a la nada y lo condena a la abstracción. Su figura se banaliza, pierde todo significado, se fetichiza y se sentencia al ostracismo. Sin hogar, el médico realiza el viaje de vuelta a la ciudad, es decir, a ese lugar donde se encuentra uno de sus fragmentos para siempre.

«Si la luz del cielo ciega tu vista, no culpes al sol, sino a tus ojos».

Más allá del debate que pueda generar sus mensajes, cábalas e interpretaciones, me parece una joya por descubrir. Tiene una dirección bastante medida digna de estudio, pero que está lejos del mejor nivel de Jancsó, que podría ser el mostrado en «Los rojos y los blancos». Repito lo del primer párrafo: las filmografías se empiezan desde el comienzo, si no nos perderíamos los ensayo-error de los autores así como joyas de este tipo.
Fred Madison
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