Ha llegado el momento. Es la hora. Ya no hay vuelta atrás. Las películas de acción se han convertido en un eslogan publicitario, los primeros que se me ocurren:

Imposible es mejor.
Tú no lo puedes superar.
El fin del mundo se aleja, nos tiene miedo.

Porque un poco de adrenalina sin control se agradece, pero una lucha contra las leyes físicas, las fuerzas que provienen de la naturaleza y el sentido común, resulta mucho más pleno. Tú inventa, que nosotros perdemos el culo porque lo inverosímil parezca de lo más cotidiano.

Y sin duda es lo mejor que nos ofrece siempre Timur, un poco de imposibilidad desatada, esta vez nos desata hilos milenarios, un puñado de asesinos que juegan a la ley del más fuerte. Hércules no sería nadie en esa realidad, los contables sobrehumanos son mejores que él. Si además de todo esto te tratan de estúpida/o porque no sabes vivir a base de impulsos asesinos y no te atreves a mandar toda tu supuesta triste vida al garete, me ganan, me dejan con ganas de pegar puñetazos a cojines lanzados al aire y asomar la cabeza por la ventana y gritar como una posesa. Pero como estoy resfriada y no puedo gritar y la idea de impulsar cojines sin vida para golpearlos me produce ataques de risa, mejor diré que ha resultado un rato entretenido, que las imposibilidades mostradas son avances y que la base de la historia es bastante completa, tal vez sólida para difuminar los fantasiosos disparos.

Qué brutos todos, qué mentirosos, esto es lo bueno del cine, y sin ser una buena consumidora de este género, sí defiendo que más ruido, más sangre y más dolor es con lo que los fieles disfrutan, así que le daré un puñado de estrellitas al ruso y me pasaré meses investigando otros terrenos... o no.