Las luces se tornan oscuridad nocturna y un puñado de desconocidos de toda índole me rodean. Todos, menos tú. La película comienza en una pequeña gran pantalla y vemos una cama, una mujer, un hombre, unas cuantas drogas de las que finiquitan vidas.

Ella encuentra un refugio, su refugio, y yo miro a quien se encuentra a mi derecha, y al acariciar su mejilla, algo que ya añoraba, encuentro mi pequeño y secreto refugio, en el que acurrucarme en silencio desde donde puedo vislumbrar otros mundos.

Hoy debo descubrir de nuevo el mundo de Ozon, donde la sexualidad es siempre ambigua, con una pequeña tendencia a la homosexualidad, y la belleza se muestra tan delicada y efímera como la duración de la juventud en los cuerpos. El sol quemando la piel de un hombre muy hermoso, una pelirroja con todos los dones de una embarazada acariciando su abultada y atrayente barriga. La sensatez desaparece para mostrar esos sentimientos llenos de frialdad y distancia y el tiempo pasa sin revelar nada importante pese a lo determinante que pueda parecer lo sucedido.

Pero yo me abstraigo de ese mundo característico y no puedo evitar deleitarme con mi propio refugio, que tal vez no tenga forma de casa ni se encuentre cerca de la playa, pero puedo besarlo y morderlo, y me ofrece toda la calidez que necesito, mi sitio favorito sentado, a mi derecha, donde no importan los desconocidos ni existe temor a la oscuridad.

Mi propio refugio.