Fritz Lang nos ofrece un film perturbador y al mismo tiempo subyugante, utilizando los recursos estéticos y expresivos del cine negro. El protagonista de la historia es Richard Wanley (Edward G. Robinson), un hombre normal y corriente, cuyo único pecado no confeso es la fascinación que siente por el retrato de una mujer expuesto en un escaparate. El destino le hará conocer a la mujer (Joan Benett), pero también le tiene deparadas otras sorpresas.
No se puede negar que a nivel estético y visual, Lang no se aparta demasiado de los grandes referentes del cine negro. A nivel temático la cuestión es más discutible. Está claro que hay una obsesión, casi al estilo de "Laura", hay hechos criminales, y hay una investigación, pero el film casi encajaría más como un melodrama que como otra cosa.
Lang construye una película muy especial. Además de beneficiarse de un excelente reparto (a los citados hay que recordar la participación de Raymond Massey, Dan Duryea), lo más llamativo del film es la atmósfera que recrea alrededor de la contemplación del cuadro. Los recursos estilísticos del cine negro, junto a los expresivos de su época muda le sirven a la perfección para recrear un ambiente puramente onírico, aunque de pesadilla. En el momento en que Wanley conoce en persona a la mujer retratada, es como si se adentrase en otro universo, donde predominan los oscuros y las sombras por encima de las luces. Y donde vivirá un verdadero calvario interno. Lang se centra sobre todo en la cuestión psicológica en la persona del protagonista, el cual pasa de la fascinación al sentimiento de culpa que le va corroyendo por dentro. Esta es el verdadero tema central de la película: como un ciudadano norteamericano normal y corriente pasa por una tortura interna de la mano de un deseo provocado por la insatisfacción personal. No por casualidad, Wanley es un ciudadano "tipo" norteamericano, que anhela lo que no puede tener. Pero cuando parece que le han concedido su deseo más oculto, aparece el sentimiento de culpa.
También hay alguna que otra constante de cine de Lang, sobretodo en su etapa americana. Y es el gusto que tenía, no tanto por narrar un crimen o un acto criminal como el enfocar su mirada hacia unos personajes que podrían ser representativos de la sociedad norteamericana (sin obviar su peculiar fascinación por la ley y el sistema judicial norteamericano). Y como estos personajes tienen un lado oscuro que les puede llevar al crimen y a la mentira.
Se trata de un film nada contemplativo y sí muy negro y pesimista. Por eso, cuando terminan sus imágenes, deja una desazón en el espectador. Por eso, entre otras cosas, estamos ante una gran película.