Hell on Wheels es una seriaza.
Es cierto que tienen que gustar el western y las producciones con ritmos sosegados para que enganche. No es una serie aburrida en absoluto, pero tampoco es una historia adrenalítica llena de tiros y con apabullantes escenas de acción (que las hay, y muy bien rodadas, pero no son lo más importante ni aparecen en todos los episodios). Lo que es es un drama potente con ciertos toques de humor que trata todos los temas candentes de finales de siglo XIX en EEUU: la guerra de Secesión y sus consecuencias, la integración de los antiguos esclavos, el problema con las naciones indias, y por supuesto la construcción de la vía ferroviaria que sirve como escenario y metáfora de una tragedia shakespeariana de todas las pasiones humanas. ambición, amor, poder, envidia, amistad, sexo... todo tiene cabida en una serie hecha con mimo, con unos medios espectaculares (es una producción estéticamente bellísima), con unos diálogos cuidadísimos y con un catálogo de personajes y actores admirables. Desde ese Elam del rapero Common a la prostituta Eva de Robin McLeavy pasando por la valiente y amada y odiada a partes iguales Lily Bell (una excelente Dominique Mcelligott), el rastrero dirant al que da vida Colm Meaney, y por supuesto el protagonista Cullen Bohannon y su némesis el Sueco, todos los personajes están brillantemente escritos e interpretados. Mención especial para Anson Mount, soberbio cuando nunca antes había hecho nada muy destacable, y Christopher Heyerdahl, sibilino y odioso.
Una serie fascinante y adictiva que merece mejor suerte de la que ha tenido. Y aun así, prepara ya cuarta temporada. Poca broma.

Lo mejor: Casi todo.
Lo peor: Ha perdido fuelle sin ciertos personajes que ya no están y algunas decisiones raras de guión.