Cuando se habla de Everest, hay que distinguir entre su calidad como película, como producto cinematográfico, y Everest como crónica emotiva de uno de los más trágicos desastres acaecidos en la montaña más alta del mundo. Como lo primero triunfa, como lo segundo fracasa. El resultado es un 7, es decir, una película de notable (bajo, pero notable) pero que podría haber dado para mucho, muchísimo más.
Como película, es ciertamente buena y remarcable. Baltasar kormakur es un director de gran talento, maeja muy bien la cámara y saca un enorme partido de las localizaciones de la película. Todo el aspecto visual de la cinta es soberbio y traslada hábilmente al espectador al Himalaya, acompañado de una gran música, un adecuado montaje y una fotografía que resulta como la montaña misma: azul, inmensa y aterradora.
Sin embargo, la película fracasa en el aspecto más emocional. En parte es por el extensísimo número de personajes que hay y el poco desarrollo e individualización que tienen. Llega el final y casi no se distingue a un montañero de otro. Y por otra parte, el tono es extremadamente frío, casi tanto como las cumbres del gigante nevado, y cuando ocurre la tragedia el espectador permanece impasible.
Una lástima, porque el esfuerzo de actores como Jason Clarke o Josh Brolin (a la cabeza de un reparto de primer orden) merecía más emoción en el guión.

Lo mejor: Su técnica, incuestionable
Lo peor: Su escasa capacidad de emoción